domingo, 28 de abril de 2013

18.- tic, tac, tic, tac, ... Isabel Prada (73

 La  luz entraba sin permiso ,a través de las cortinas, inundaba la habitación  y se acurrucaba en las sábanas. Con un ojo totalmente cerrado y el otro apenas abierto, Ana se desperezaba cruzada en diagonal, esa era una de las ventajas de tener para ella sola una cama  enorme, una cama de matrimonio.

 A esas horas tan solo la cantinela estridente de su  despertador le hacía compañía.  Se dio una ducha rápida y oteo en el armario buscando algo que ponerse. Dos tostadas y un café le ayudarían hasta la hora de su almuerzo. Se echó unas gotas de perfume, pocas porque el frasco estaba ya en las últimas, del mismo modo que la cuenta corriente, del mismo modo que el mes de septiembre....

Cada día caminaba 10  minutos hasta la parada de autobús, ahí esperaba otros tantos y luego, por fin, subía al bus atiborrado, repleto de miradas enlegañadas . Ese día consiguió sentarse al lado de la ventana. Aunque su mirada quedó perpleja ante un grupo de madres con sus críos. Armaban mucha algarabía y resultaba difícil no prestarles atención.  Sobretodo, Ana se quedó ensimismada observando a uno de los niños. Un chavalín de unos 6 años, bañado el pelo  de colonia, colgando de una mochila enorme y comiéndose su donut de chocolate mañanero. Con  unos ojos enormes que resultaban desproporcionados para su pequeño rostro, la boca coronada de chocolate y migajas...Miraba a Ana insolentemente sin ninguna cortapisa  y con esa curiosidad asombrosa que caracteriza a los niños. Curiosidad envidiable.

 Bruscamente Ana apartó su mirada y redirigió sus ojos hacia lo que ocurría detrás de las ventanas del autobús :  el mundo se desperezaba , toda la maquinaria del día a día se ponía en marcha y ella empezó a pensar en la oficina, hizo recuento de las tareas que le esperaban..y se acordó de Susana y Eva. Ayer antes de salir de la oficina, el ambiente ya completamente distendido, le comentaron la doble noticia. Estaban las dos embarazadas. Desde que se enteró de la noticia, Ana había sentido una sensación extraña por lo novedosa y lo que más la inquietó fue la continua cantinela que le atormentaba los oídos: Tic-tac, tic-tac... Al oír la canción sentía una intensa angustia que iba aumentado al no entender el porqué de ese sonido... Había pasado muy mala noche y encima sin tener a nadie a quien desvelar para compartir el insomnio, sin unos hombros  sobre los que acurrucarse  tan solo con una cama  de matrimonio para ella sola, dónde sus  angustias se desperdigaban hasta no poder encontrarlas. Volvió a mirar al grupo de madres e instantáneamente el Tic-tac  se reanudó pero esta vez con más intensidad. Ana , al fin, le prestó atención, quería saber que significaba ese ruido monótono que desde ayer la martirizaba. Se observó por dentro, muy adentro, después emergió y siguió observando ese niños con sus madres.
 ¿Porqué no se había casado? Tenía ya 35 y oportunidades no le habían faltado-pensó. Tal vez no pensé que el tiempo fuera tan traicionero, que pasara tan rápido. Sí sin duda, no supo preveer los acontecimientos. Sin embargo,  resultaba curioso  que hasta ayer, tras la doble noticia de embarazo en la oficina, no se hubiera dado cuenta. Ella había diseñado con esmero su vida, en ella había incluido un trabajo bien remunerado, multitud de viajes , amigos, cines, teatros.....alguna que otra aventura...pero ¿se le había olvidado algo?.. Había creído que los niños eran para "dentro de unos años", quién quería ahora sumergirse en un mundo de pañales,  papillas y guarderías. Siempre quiso una vida más intensa, con más espacio para la aventura. Pero ahora, cavilaba Ana, ahora una vez visitados los cinco continentes, habiéndose hecho fotografías en La Plaza de San Marcos, en Venecia, las pirámides  de Egipto y un sinfín de países exóticos y lejanos. Sentía un vacío inmenso que ningún viaje por muy exótico que fuera podía llenar. Y después que?, se preguntaba Ana. Pasarán los años y me convertiré en una  una vieja artrósica y sola, sin hijos que me cuiden y me mimen. Y con la pena de no haber sabido lo que es acunar a un bebé, educarle durante su camino, porqué a quién le importan las noches de insomnio, los quebraderos de cabeza para que hagan los deberes, las hipotecas y demás. Todo eso se aguantaba sí la recompensa era parir y ayudar a crecer a tus propios hijos. Verles aprender el oficio más difícil : el de su propia vida.
Ana sintió una sacudida. El conductor  acababa de frenar bruscamente. Sus pensamientos se interrumpieron, también bruscamente..Era su parada. Descendió del bus, antes de dar una última mirada al niño colgado de su mochila. Se dirigió a la oficina y durante el camino  reanudó aquellos pensamientos. Eran ya las 8:55, y seguía con su monólogo caótico, tal vez, se decía , esa desazón desaparecería, sí seguro, había sido consecuencia de la depre post-vacacional, pasaría pronto. Todo pasa,,,Todo? -se preguntó. Tic-tac. Tic-tac


AUTORA: ISABEL PRADA
TITULO:    Tic-tac, tic-tac.....

17.- El último amigo. Mar Fernández Montes (70

Hoy me he muerto. Morirme era algo que siempre me ha dado, más que miedo, pereza: hacer que mis familiares estuviesen a mi lado, llorando y sufriendo por mi marcha, y todo lo que viene después, velatorio, entierro, saludar a familiares, amigos y amigos de mis amigos... ¿No me digan que no da pereza sólo de pensarlo? Agotador. Pero... hoy, por fin , me he muerto. La verdad, sentía curiosidad por saber cómo me iba a sentir muerto y no tiene nada que ver con todo lo que me había imaginado antes. No. Esto es distinto. No sé si para cada uno de nosotros será igual o no, o como cuando tienes un hijo, que hablando con otros te das cuenta de que cada uno lo vivió de forma diferente. Yo me siento bien, liberado, suelto, muy suelto, es como si pesase antes 200 kilos y ahora me hubiese quedado en 50. Liviano y feliz.
Creo que echaré de menos a mis hijos y a mi mujer, pero también pienso que tendré tiempo de verles más adelante cuando ellos realicen el mismo viaje . Una temporada solo me vendrá muy bien. Siempre he deseado conocer gente interesante y creo que ahora es un buen momento. ¡Deseo tanto saludar a Einstein, y a Mozart, y a Leonardo, y a ... estoy tan impaciente por largarme del todo de aquí!
¡Por fin, ya estoy en el coche fúnebre! ¡Qué cómodo! El conductor es un chico joven, agraciado, podría valer como novio de mi hija pequeña. Parece simpático. Me ha puesto música durante el trayecto al tanatorio y música de la que me gusta: ¡salsa! . ¡Qué curioso!, yo creía que los empleados de la funeraria eran gente triste y sosa, pero no, este chico es de lo más vivaracho. Ha ido todo el camino contándome cosas de su familia: que sus padres se han separado y no le importa, que sus hermanos han dejado de verse por culpa de las cuñadas, y que tampoco le importa, y que a él lo que le gusta es el fútbol (en concreto el Real Madrid), y salir por ahí de marcha con sus amigos. Yo le he dicho que aproveche la vida, que, al contrario de lo que todos creemos, no hemos venido aquí para sufrir, sino para sacarle jugo a lo mucho o poco que se nos presente en el camino.
Creo que me ha escuchado porque me ha dicho: "Todo el mundo cree que ser feliz es tener cada vez más cosas y más dinero, pero yo creo que se es más feliz necesitando menos y repartiendo más... buen rollo... a los colegas, a la familia y al mundo en general, ¡cuesta tan poco sonreír! Bueno, amigo, aquí te dejo, que tengas buen viaje y alegra esa cara, que este viaje lo tenemos que hacer todos, suerte en la otra vida."
Es curioso, tanto pensar en mi muerte, en el último día en la Tierra con los mortales, y no me había imaginado que justo ese día oiría los últimos éxitos del Caribe y haría un amigo filósofo. Sorpresas te da la vida... y la muerte.
Se acerca mi mujer a darme el último adiós: ¡vamos, querida, no llores más, que tú y yo sabemos que vamos a disfrutar de nuestra soledad! Adiós... hasta... espero que mucho tiempo, aguanta tú ahí abajo, cuida a tus nietos, no te preocupes por mí, recuerda que tus hijos te necesitan mucho más que yo... adióóóóóós... ahí os quedáis todos... Mira, ¡Einstein!

16.- Pasos largos en Sierra Morena. Josefina Niebla (66

Hierve el sol sobre la tierra, rota y yerta, a su pesar se levantan, misterios del mismo, ¿quién sabe? ... olivares, aceitunillas negras, campos de cebá, centeno y paja.

Del pastoreo viene, cansino, fatigas de la sierra misma, camisa empapá, el sudor del que cae a plomo, ovejitas blancas, .. el zurrón y alpargatas, siguiendo cañada arriba, hasta el cortijo llegará.
Mujer e hija tiene, María aguarda, zarandeando la paila, cutis fino, manos menudas, ¿quién diría que en el campo anda?; la niña ya se ha dormido, una nana todavía canta: ea mi niña, era, ¡ Shuuuu!, suspira y canta, .. azuzando la brasa.

Por la noche callada, no más luz que la de una vela, no más calor que la del lecho, la serranía enmudece, ... ni el volar de aquélla águila, no más aullido que el del zorro, ¡por dios!.. que susto pasan. Al pueblo fui ayer mañana, a entregar las cuajas, y al pasar por la taberna del ventorrillo a la entrada, tó er mundo murmuraba la misma historia versada:

Que un bandido anda suelto
por la Sierra Morena alta,
que galopando de noche
y de día agazapado anda,
por los tajos y montañas.
Que los civiles lo buscan
pues la ley hace a sus anchas,
"Quita dineros a ricos y señores,
y a pobres y míseros, regala"
"Pasos Largos", le llaman
pues no hay quién le dé caza,
a su lado una cuadrilla de hombres
sin rumbo cabalgan.

Oye mujer, si a mi marcha, llegara a estos parajes, del que tó er mundo habla, no debes sentir miedo, no le lleves la contraria, a pobres como nosotros no dañará por nada. Dale de comer si hambriento llegara, llena su zurrón de tocino y pan de blanca hogaza, si es agua fresca llévale al pozo y aguarda hasta que su sed de por saciada, no le lleves la contraria, pues cuentan que mal genio le anda.

Amanece, y las ovejas, con su vara manda, ¡Eh, anda! ¡Al campo! ¡Ala, al campo hermanas, y retoma el camino bajando la cañada. María le despide, hasta que la vista no le alcanza; la niña llora, en el cortijo a solas... No ha llegado el mediodía, y un silencio le enfría desde el mandil, las faldas, hasta helarle la enagua, no se oyen pájaros, ni tan siquiera sopla el viento de la montaña. María al ventanuco del cortijo, se agazapa, oye el galopar salvaje de por lo menos diez yeguas bravas.

La niña tapa con sábanas blancas. ¡ea, no llores tú mi niña guapa!. Atranca la puerta y reza a la virgen santa: Madre mía, no me abandones, que si de esta me sacas, en le iglesia del pueblo, por estas te lo juro, qué de novenas te hago, que ni la santa Teresa de Ávila. Tocan a la puerta, fuerte y ronca se oye una voz entrecortada de hombre rudo, pregunta: ¿Quién anda ahí? ¡Abrid, por Dios! María tiembla toda ella, el sudor las manos empapan, le resbala la llave, corre el postigo, a Dios se encomienda y abre.

Señoa, no vengo a hacerle daño,
sólo por Dios le suplico,
 que con aguja e hilo me zurza
 éstos calzones roídos
que en la sierra, señoa mía
no hay mujeres 
que le hagan a uno estos menesteres.

Ríe, y a la vez que ríe a trompicones, va dejando a la vista, dientes amarillos y negros, como los de los titiriteros, y a la vez que ríe, la mira con los ojos fijos, y le dice con ardua voz: Usted coza, señoa, que yo fuera estaré aguardando, y cuando esté listo me va llamando.

¡Por Dios, el costurero!, el costurero de paja, debajo de las sábanas del Ajuar guarda, con sus manos temblorosas, enhebra la aguja y con hilo fuerte empieza el destinatario, los calzones del bandido, sucios, rotos, descoloridos, pespuntea con fuerza, con ira y brío, por lo menos diez pinchados le destrozan los nudillos. Cuando acaba a la puerta se asoma, y se los entrega, tan desvalida que ni a los ojos le mira. ¡Muchas gracias, señoa, que dios le bendiga! A su caballo monta, y con él sus adheridos, galopan a golpes de arre, rodean el cortijo, y se pierden tajo arriba, por dios sabe que caminos...

María entra en la casa, la niña en sus brazos toma, contra su pecho agitado, aprieta a su niña chica, gracias virgencita mía, ¡Dios mío, que suspiros!
Pasaron los años largos, y María al calor de los fogones, las noches de la rondeña fría serranía, contará la historia del bandido, a sus nietos que fueron más que sus hijos, hermosas hembras y fuertes varones.

viernes, 26 de abril de 2013

14.-El amante lunar. Francisco Cañabate Reche (59-61)

 Debe existir un mundo de seres diferentes que vegetan de día, lo mismo que murciélagos, para vivir la noche silenciosos y ocultos. Debe de haber un tiempo invertido y obscuro donde esos seres viven. En él tejen sus hilos, igual que entes nocturnos, unidos por un rito que  sólo ellos conocen. Y el ocaso los llama, de su mano regresan y respiran la vida llenos de la presencia, blanca e impenetrable de los rayos de luna. ¿Debe existir, acaso? Al menos yo lo creo. Postulo la existencia de ese mundo escondido, tal vez impenetrable, como algo necesario, inmediato y presente, como una consecuencia
de la simple certeza de que existen los astros que invocan nuestras almas.

Aunque hablo de sospechas, si sé que hay individuos que miran las estrellas y reflejado en ellas encuentran su destino. Y lo sé simplemente porque así soy yo mismo.   Os contaré mi historia:

...Yo era un hombre sin vida, apegado a la tierra, un ser indiferente, vulgar y estrafalario, sin nada que contaros hasta que ocurrió todo. Me sucedió una noche: miré la luna llena y quedé destrozado porque supe sin duda, con certeza absoluta, que en aquel resplandor existía el movimiento, que se formaba un gesto cálido y absorbente.

 Y para mi sorpresa, yo era el destinatario del extraño suceso y ella me sonreía. Negándome a mí mismo lo que ahora estaba viendo, giré mi rostro incrédulo,  miré de nuevo al suelo y me froté la cara. Un minuto más tarde, cuando al fin volví al cielo, ya todo había pasado porque ella ya no estaba. La ocultaban las nubes, ( ¿O ella se había escondido como una novia tímida para que no la viera?). Me culpé por cobarde ( por no haber respondido, por no haberla mirado cuando ella lo
propuso), y por loco y por necio y burlé mis recelos. Temblando ante la duda, por lo que había pasado ( ¿Sueño, verdad o magia? ¿Invención o misterio?) cuando venía la noche me escondía entre mis sábanas. Inseguro e inquieto no la busqué de nuevo durante muchos días, y pretendí olvidarla. Pero no pude hacerlo ( la suerte estaba echada, yo ya era uno de ellos y repetía sus gestos lunáticos y absurdos).

 Ocurrió sin remedio, lo mismo que un torrente hace que el agua caiga: sin poder evitarlo, abandoné el trabajo y empujado por algo, que yo aún no comprendía, empecé a no vivir en las horas del día y dejé a los amigos que ya no me hacían caso, y me olvidé de aquélla que había estado conmigo durante largos años y que decía quererme ( y sé que le hice daño, que no comprendió nada). Y otra noche de luna me sucedió de nuevo. Era cuarto menguante, yo estaba agotado y habían pasado cosas
que quemaban mi alma en aquellas jornadas, de esa vida postiza de mañanas y tardes que aún persistían agónicas, y que ya no era mía. Se derrumbaba un mundo para generar otro, pero yo no entendía. Aún estaba asustado y  lloraba en silencio por la triste torpeza que ahora regía mis actos y me era incomprensible, y en medio de mis lágrimas miré de nuevo al cielo buscando su mirada. Cuando encontré su brillo ( cuando pude enfrentarme nuevamente a sus ojos) ella me dijo quedo:
duérmete en mi regazo, sueña con las estrellas. Y observando aquel  cielo yo me quedé dormido, desnudo, en la ventana, ( y sé que aun era invierno y que no sentí frío) .

 Desde entonces no duermo hasta que viene el día. Me despido de ella y penetro en el sueño sintiendo sus caricias. Luego, cuando despierto, aprovecho las tardes para pensar en su brillo, anticipando el goce de mirarla despacio, como un amante tierno que contempla a la amada que duerme entre sus brazos. Así la miro a ella, disfrutando sus líneas, bebiendo esa sonrisa que suele regalarme cuando menos lo espero.Y de tanto mirarla ya no salgo de casa, se me olvidó comer y acabé sonriente, enflaquecido y pálido. Casi en cuarto menguante. ( Lo mismo que mi amiga)

11.-Danza y sueño. Ana F. Montes (51-52)

Estábamos a oscuras, sólo negrura en aquel teatro, y de pronto surgiste en el centro, como la Venus del cuadro, aunque no había agua, sólo el escenario. Una tenue luz azul acarició tu cabeza,  tu figura arrodillada comenzó a erguirse, te desprendiste de la capa y ¡zas!,  comenzaste a moverte. Y mis ojos se agrandaron,  desperté de mi letargo,  rebulléndome en mi asiento y preguntándome si eras tú aquel mismo del que hablaba una chica en las escalinatas de la entrada. "Vengo expresamente a verle a él".  Bah!,  había pensado,  una mitómana.  Pero qué "bah!" y qué narices,  allí estaba él, allí estabas tú,  y ¡dios bendito,  cómo te mueves!.  De un lado a otro, con pies ligeros,  alargando hacia el techo una de tus manos,  como el desperezo de un cisne. Y después la otra,  con grácil despego,  mientras el eje de tu cintura barría el aire.

Pongo atención a la música,  bonita melodía de no recuerdo qué autor español. El tintineo melancólico del piano arrastra tu cuerpo sobre el escenario,  despacito primero, después violento. Luego acabas sentado en una silla y observo tu torso desnudo desasosegado, mientras tu hermoso rostro expresa angustia. Eres un hombre solo sobre una silla de mimbre, que mira de un lado a otro buscando un asidero. La música es suave, el piano ronronea acompañando el aislamiento de ese ser. Y por un momento,  yo también me veo en una silla como esa,  de espaldas a la tuya, soportando mi soledad a ciegas, hasta que descubro que estás ahí, pero que es inútil, pues no me ves.

Te levantas y con un único gesto gritas tu amargura. La danza continúa y ahora es rabia lo que aúllas con cada uno de tus movimientos sobre la madera. Volteas la silla con una mano,  girando y girando,  desahogando tu agonía. . . y el pum pum del piano te guía. Y el tan tan de mi corazón enloquecido licua mi sangre enardecida. Eres rebeldía, eres sueño. . . quizás. . . sí, quizás me visitaste en algún sueño, y por eso te reconozco como hermano, como héroe y como amor.

La furia te extenúa y vuelve la calma. La silla queda quieta en el centro,  mientras tu cuerpo se ondula de aquí para allá, ejecutando las últimas piruetas del repertorio. Y siento mis ojos humedecidos y que mi alma está en un recuadro de ese escenario, que la tienes tú agarrada en un puño con cada paso que das,  con cada gesto de tus brazos.  Tu figura se derrumba sobre la silla,  vencido de nuevo por el mismo mal, pero sin saber que yo también me he rendido, a tus pies.

Tomas tu cabeza áurea entre las manos en un último gesto de abatimiento y no me ves cómo me alzo para ser tu consuelo,  para posar mi palma sobre tu cabello, mientras deslizo la otra por tu cuello,  antes de dejar un beso en esa boca. Los aplausos vibran a mí alrededor y me despiertan de mi mágico sopor. Sigo aquí sentada en mi butaca y sólo una palabra ronda mi cabeza: !Hermoso!
A Carlos C.  Gracias

10.- El ladrón y Quebranto. Jordi Guerrero (47

AUTOR: Poemas extraídos de la "Recolección Quebrantos", de JORDI GUERRERO
   

LADRÓN

De tu boca robaré,
robaré de tu boca besos
que por no podértelos dar
de tu boca robaré.
De tu cuerpo robaré,
robaré de tu cuerpo caricias
que por no podértelas dar
de tu cuerpo robaré.
Y ladrón de tus deseos
me sentiré una vez más,
que por no poderlos tener,
tendré que poderlos robar.


Quebrantos, 1999
   

QUEBRANTO

Crucificado por la vida
en la cruz de la agonía
entre un amor de quebranto
y un querer de madre mía.
Largos días que pasan
por soñar con el quebranto
y más largas son las noches
por tener que estar soñando.
Silencio de amor quebrado,
silencio en la compañía,
silencio de un te quiero,
silencio de madre mía.
Tener que callar un amor
por ser pulcro y sincero
tener que decir adiós
por no poder un te quiero.
La agonía se hace vida
y en la vida la agonía
no hay sitio para el llanto
sino para la alegría.
Silencio de amor quebrado,
silencio en la compañía,
silencio de un te quiero,
silencio de madre mía.
Amor sincero no puede
el verse con malos ojos,
ojos que miran llorando
a un amor de quebranto.
Y tener sentido el vivir
y vivir por tener sentido
y amar aunque sea callando
y callar por seguir amando.
Silencio de amor quebrado,
silencio en la compañía,
silencio de un te quiero,
silencio de madre mía.

jueves, 25 de abril de 2013

6.-Agua Amarga y la Chanca. Enrique Urrea (32)

I. AGUA AMARGA 

 
 
 A Mariasun, que en un día no muy lejano la gozará en plenitud y comunión conmigo

Proximorum incuriosi, logica sectamus (Plinio)
Indiferentes a lo que nos rodea, vamos en pos de lo remoto


Este claro sosiego de luz mediterránea
en la celeste aldea, invadida de sol.
Aquí, amigos, no conoce la sombra más sendero
que el de la huida, para seguirlo siempre,
y el blancor incendiado de los muros
no tarda en contagiarse si caminas despacio
por coquetas callejuelas de cemento y de cal.
Porque este sol es gozo aunque te hiera,
y tan oscuro el mar desde la noche en calma,
y tan hondo el silencio mientras lo estás mirando,
que nada es tan difícil como querer marcharte
en busca de otros sitios donde acabar tus días.
Celeste aldea que en la ceniza tatúa sus ceremonias
y con el mar las unge y con el sol las alza.
Hombres recios, curtidos, amputados
en oneroso tributo al Mare Nostrum.
Retoños ilusionados en renacer
a un vivir cotidiano, en ti... contigo.... siempre... siempre... ¡¡SIEMPRE!!
...
En la festividad de San Cristóbal, Santa Amalia virgen, Santa Rufina,
y Santa Segunda, mártires.. 
Annus Domini  MCMXCVIII Luna llena en sagitario.
 
 

 II. LA CHANCA




Urbes sunt humanorum cladium concepta miseranda (Valerio Máximo)
Las ciudes son un miserable recinto donde se contienen todas las humanas derrotas

El Sol de Potocarrero la abrasa sin piedad
y el Mare Nostrum la tiñe por distinguirla en el paisaje.
Farallón en ocres coronado de azul trasparente
en donde fluye el gris -gris marengo-
frente al turbio amarillo del vino en los vasos.
Salmodia de cal, azulete y almagra
desde la brenca al pretil, todo incluido,
geometría de lindes precisas sucedáneo de "Escrituras"
que prevalecen tras la criba del tiempo
en su reducto mágico y ruinoso.
¿Dónde los estucos?.
¿Dónde los frisos, capiteles y dovelas?.
Calcomanía de rascacielos en desguace
que huele a hortaliza olvidada en la alacena
y sabe a pimentón con raya.
El Indalo - antítesis del dadaísmo -
la escaló, Kodac en ristre, empapando luz y formas.
Lienzos y lienzos, óleos de paisajes elementales,
credenciales del cuerpo místico D'Orsiano,
opio obnubilante de Anglada Camarasa.
¡Qué filón de oro sin royalty!!
En el ghetto, decibelios y palmeros,
Chichos y Camarón, la Pantoja y la Jurado.
Bajar a la plaza de Moscú, rito obligado -¡ay de Don Marino!-
zoco sigiloso, abrevadero camellil,
estado mayor de trilería, consulado de Acebuche.
Por el Barranco Creppi, estoque de la "gota fría",
se baja al médico -adiós tracoma y polio-
ojo al SIDA, amalgama de jeriguilla y engrudo seminal.
Tomatito, Perceval y Goitisolo,
trilogía enamorada, pregoneros de su embrujo.
...
 
 En el Bus de Campamento, 21.10.99 festividad
de Sta Úrsula, S. Hilarión, S. Asterio, S. Zoilo y
 S. Dácio. Annus Domini MM. Luna Creciente en Sagitario



AUTOR: ENRIQUE URREA
El Juglar del Bajo Andarax.

5.-El cofre de madera. Rosa Romero (27

....era un pequeño cofre de madera, olvidado desde no se sabe cuanto tiempo en un altillo del ropero de mi madre. Estaba dentro de una maleta de cartón y en medio de muchos papeles y recuerdos de esos que se compran y luego se almacenan, olvidados para siempre. Aquella maleta, de color beige, y con dos franjas más oscuras siempre me intrigó. Parecía un testigo mudo de nuestra vida diaria. Nunca imaginé que aquel cofre estaba dentro de ella, como un centinela que aguarda quien se acerque para descubrir su interior. Tardé dos días en saber su contenido. Me limitaba a mirarlo, a pasar mi pequeña manita por los dibujos incrustados, e imaginar lo que escondía en su interior. No me atrevía a abrirlo por miedo a que dentro no hubiese nada que fuera mágico, que me permitiera soñar.


Aquel cofre, podía ser, simplemente, una cajita de madera como otra cualquiera y que dentro durmieran, olvidados, botones, lápices o cualquier otro objeto anodino a los ojos de una niña con tanta fantasía como yo. Había vivido mil historias en los libros. Pero yo apenas había sido protagonista real de ninguna, ¿ y si ésta era la primera?. Temía abrirlo por si se desvanecía todo el misterio que lo envolvía y entraba a formar parte de un episodio cotidiano más y por tanto abocado a ser diluido en el recuerdo, y olvidado. Finalmente, una mañana de sábado, al despertar, supe que ese era el día. Fuí a mi escondite y lo saqué. Tenía una llave diminuta, pero con muchos dibujitos forjados en ella; la accioné sin vacilar y mis ojos se quedaron fijos en su interior. ¡¡Aquello era maravilloso!!. Me quedé así durante muchos minutos, sin moverme...¡¡no podía ser mejor!!. Era un montoncito de cartas anudadas con un hilo azul, desgastado por el tiempo.


Estaban escritas con esa tinta azul celeste de las plumas, en una letra muy cuidada y con rasgos elegantes. Me llamó la atención que eran en un idioma extraño para mí entonces. No era castellano, pero sin embargo casi entendía todo lo que decía. Hasta que me dí cuenta...¡¡era portugués!!....¡¡eran de mi abuelo!!.Estaban dirigidas a mi, su primera nieta. El corazón me palpitaba muy aprisa...¡¡a mi!!. Estaban cerradas, escritas a mi nombre, esperándome a mí. Tenían sellos de muchísimos sitios diferentes y abarcaban un periodo de tiempo muy amplio. Eran retazos de su vida que me regalaba, y lo realmente curioso es que siempre oí de él que era una persona que apenas hablaba, y menos de sí mismo, "porque se expresaba mal en castellano, quizás", según añadía siempre mi madre. Imagino que debió ser de esas personas silenciosas que tienen tanto que decir que un día comienzan a hacerlo irremediablemente. Buscan la forma de expresarse y él encontró ésta.


 El día que me escribió la primera carta, lloró, según me contaba, porque se le abrió un mundo ante el papel, antes desconocido. Me alegraré siempre de haber sido yo, sin saberlo, el hilo que le hizo expresar tantos sentimientos guardados en su interior durante tanto tiempo. ¡Por fin era protagonista de una historia como la de mis libros!, pensé en ese entonces sin ser capaz de darme cuenta de lo que tenía entre mis manos, de cuánto había escondido él en aquellas cartas. Mi abuelo era un emigrante, huido de su país, por razones políticas, al que jamás pudo volver. Soñaba a veces con hacerlo, según me escribía, pero era tanto su ansia de aprender del mundo que eso no le quitaba el sueño. Nunca lo conocí en persona, pero hasta el momento en que contacté con sus cartas, lo sentí siempre muy cerca de mí, no sabía decir por qué. Poco a poco, creo que fuí descubriendo la razón.
El vivía en el mar. Viajaba durante mucho tiempo haciendo largas travesías y en las noches de soledad, alegrías o morriña, me escribía. Era curioso, escribía a su nieta que no conocía sino en retratos, y lo hacía desde lo más profundo de su alma. Yo de él no tenía más que dos fotos. Una de cuando nació, con su madre, guapísima, y su hermano gemelo; y la otra de la boda con mi abuela. El de pié y ella sentada, para que no se notase la diferencia de estatura (a la pareja siempre les daban el mote de "quince céntimos", me contaba, por aquello de una moneda grande y otra chica...y él en esa comparación llevaba la peor parte). Me lo escribía con humor. Tu abuela , decía siempre fué una gran mujer... Efectivamente, según sé, ella era muy alta y fuerte , por dentro y por fuera, casi temida en el vecindario, con ideas claras y mucho ímpetu. Ya se sabe, esposa de marino, que saca adelante casi sola a toda la familia y aprende a solventar todo lo que se le venga encima.


Pero para mi, mi abuelo, era un día un corsario, otro un capitán de navío con dorados botones en su chaqueta, mil disfraces según la ocasión. Así hasta que realmente lo conocí a través de sus letras. Me contaba de la vida, me enseñaba cuantos golpes da y que es lo de verdad importante en ella. Hablaba siempre de aprender, de saber. Un día me contó como aprendió a leer, ya de mayor, cuando un niño de unos 8-9 años, sentado en una acera y con un trozo de periódico en la mano, iba desgajando las palabras en voz alta. Al llegar a su altura, le miró a los ojos desde el suelo, y con la cabeza levantada hacia él le dijo: - ¿Me ayudas a leerlo?- - No sé leer.- Tuvo que responder mi abuelo, y mientras regresaba a su casa, sentía que una lágrima se había quedado atascada en su garganta, al decirlo. Nunca más tuvo que pronunciar esa frase, porque puso todo su empeño en esa tarea y a medida que aprendió, más se enamoraba del saber. " Esa quiero que sea mi herencia" me decía, "que ames los libros, pero no que lo hagas a mi edad, sino desde pequeña".


  Ahora ya comprendía por qué había tantos libros para mí, en casa, siempre...¡¡me los mandaba él!!. Allí donde estuviera, compraba un libro para mí. Ahora comprendía también por qué en el colegio no sabían de qué historias les hablaba, de qué cuento o aventura; no los habían leído. Mis libros procedían de Cuba, Venezuela, Argentina, Perú... Visiones variadas para mi mundo infantil, a través de los ojos mas diversos de lejanos países. Sus cartas eran emotivas, intensas. Me hablaba con toda la ternura de que era capaz. Me describía gentes, pueblos y maneras de vivir que luego yo fuí descubriendo. No le hablaba a la niña que yo era, sino a la mujer en que me convertiría en el futuro, porque sabía que sus letras tardarían años en ser leídas por mí. Cartas cerradas, que mis deditos inquietos abrieron con emoción aquel intenso fin de semana. Me contaba de libertades, de opresiones, injusticias, alegrías, esperanzas y luchas pero siempre sin amargura.


 Era un espíritu libre y en paz, siempre supe que lo fué. Vivió como quiso y se fué casi en silencio. Todo lo que quiso decir en la vida, lo dejó escrito...para mí. Durante años he releído sus cartas, ya amarillas, y siempre encontré un matiz nuevo en ellas, una visión que no había percibido. Un mensaje imperceptible, escondido, agazapado, entre sus líneas. Su amor a las gentes, mi universidad, decía él, ha sido mi mayor tesoro durante años. Me han acompañado en cientos de viajes y aventuras reales y no ya imaginadas. Me han guiado en momentos críticos y me han ayudado a ver una perspectiva de las gentes y los pueblos que siempre le agradeceré. Hoy querría que se asomara conmigo a esta nueva aventura de fantasía porque sé que le habría gustado conocerla y acompañarme en ella.

4.- Enrique Urrea. Poema: "Olvido" (24-26)


Omnis definitio periculosa est .- Toda definición es peligrosa.
Desiderio Erasmo de Rotterdam

I
Olvido...
que no sólo son las palabras
las que difuminan y concretan las ideas,
palabras convictas del diccionario,
palabras que no salen de una boca humana
sino del regazo de un dios bromista,
palabras preñadas de salacidad
que irradian la lujuria del instante,
palabras rahezes de tabuco tabernario
que truecan intenciones y propósitos
transformando la parábola en asíntota

II

Olvido...
que un poema puede perfectamente
disfrazarse de olvido, de tiempo y de memoria,
ser signo de las noches pasadas en cautela
escribiendo hasta el alba, en adjetivo,
en predicado verbal copulativo
que aparece desnudo en la penumbra del contexto
y en la silueta que proyecta la linterna mágica
de lo que es cotidiano,
quizás... de lo que nunca sucede.

III

Olvido...
que solo está la paz en la ignorancia.
Y no sabría decirte
si el amor es quietud... es aventura...
No sabría decirte si tiene otros nombres:
penumbra..., laberinto...,
intensidad..., deseo..., ¡qué se yo!...
Mejor será olvidarlo todo.
Mejor será que lo sintamos ciertamente
en nuestras carnes
que se añoran y se desean.
En la festividad de Sta. Bárbara, patrona de Artillería y de Baza. S. Bernardo y S. Juan Damasceno. Anni Domini MCMXCIX. Luna nueva en acuario. Último día de la Feria del Libro en Almería 
AUTOR: ENRIQUE URREA PÉREZ. "olvido".(Poema tríptico) El Juglar del Bajo Andarax.

3.- Las horas purpúreas II.- Ángel Simón Collado (14-23)

No sepas de otra senda que la de la taberna,
ni aspires a otra cosa que vino, amor y música.
Con la copa en la mano, con el odre a la espalda,
bebe, bebe, querido, y calla, calla siempre.
Omar Kheyyam: "Rubayat"
.................
Uno.-
 Poema considerablemente ampliado respecto a la redacción original que se limitaba a la primera, última estrofa (con una versión reducida) y coda final. Los añadidos apuntan a un más amplio desarrollo del comienzo clásico ("tempus est dolorem") que se extiende por consideraciones 'metafísicas' sobre el instante y el tiempo, el tiempo y la eternidad.
Atengámonos a unas circunstancias que se dieron en el verano del 98: unas veladas que surgieron por sí mismas en la casa cuyo patio de entrada compartía con el destinatario de la composición y promotor de las Horas Purpúreas. Se organizaban avanzada la tarde y fueron acompañadas de un tiempo apacible y tranquilo. Abríamos la puerta del salón para que participara en el don de aquellas horas esparcidas por el patio. Formábamos las botellas prescritas con sus correspondientes acompañamientos, siempre variando alguno de sus componentes, y siempre repitiendo otros, que yo me encargaba de comprar un poco al azar. Mi casa, la suya y el patio han cambiado de dueño y en homenaje a la Stoa, Academia o Peripatos que pudo ser y no ha sido, se amplifica el original y se dedica. ¿Qué añadir , si no es que se desarrollaban casi en silencio, en un mudo y delicioso banquete del cuerpo y del espíritu?.-

A ANGEL UTRERA, por todas las veladas compartidas.
A ANGEL UTRERA, que nos hizo participes de sus Horas purpúreas.

El tiempo es el dolor. Su fruto amargo:
la áspera corteza de la muerte.
El tiempo es el dolor. Así esta escrito.
Porque el mundo pasa y el hombre
mora en el olvido.-
Así lo escribe con indeleble trazo
el viento en las ruinas de los siglos.
Amigo, esta tarde
será la misma tarde; el vino el mismo vino;
será otra la mesa, otra la casa
y otros serán los comensales.
Amigo, cuando no estemos...
Sí. Llena las copas;
y dejemos que el ahora nos encuentre
gozando del pródigo jazmín,
del laurel alto,
del frágil, verdecido mandarino,
que tantos sinsabores procura su cuidado;
Regálate en la tarde
apacible y decorosa que nos mece
como sones llevados por los aires (allegro, adagio, allegro),
de un amado concierto de Albinoni.
Llena las copas. Apura,
en íntimo silencio recogido,
el don piadoso que se ofrece
del momento perfecto y fugitivo.
Apuremos sorbo a sorbo,
que aún nos queda luz por unas horas,
la fugaz proclamación que de lo eterno
se esparce por doquier
sin voz e indiferente.
Amigo, cuando no estemos
¿seremos en el instante vislumbrado?
Ausencias sin sentido,
regiones devastadas, el bosque yermo.
El tiempo erosiona los jardines
e inocula en el alma todo olvido.
Más, ¿no contiene el vino
la llave de una puerta, y el instante
la impronta de lo eterno?.
Cuando no estemos
¿valdrá para nosotros el Sí celeste
al eterno presente vislumbrado?
Busquemos la respuesta en nuestra copa.
Bebamos hasta quebrar la incertidumbre.
Y desde el centro de Su esfera, amigo Ángel,
hagamos florecer todas los flores.

Dos.
 Poema escrito "a posteriori" de los inicialmente incluidos en las Horas Purpúreas", y producto de una apuesta
nocturna. En ella se prescribía:
1.- Su forma estrófica: un soneto.-
2.- El primer verso: "Desperté. Y estaba en la taberna"
3.- Debía nombrarse a la madre.-


 La segunda impuesta por mí; las demás el destinatario y autor del desafío; las tres: improvisadas.- Si el lector pudiera tener presente el interlocutor entendería hacia donde apunta el contenido. Persona con una inteligencia que sobrepasa su alma por todas partes; un alma empequeñecida por absurdas obsesiones, aherrojada por sufrimientos imposibles. Y sin embargo, ciertas lecturas y querencias podrían haberlo liberado de sí mismo, liberación que él se encarga de evitar en un incesante dar vueltas en derredor de la picota que ha construido para su propio sufrimiento. No encuentra  la forma de dar el paso necesario para abandonar el cenagal de nuestras propias imbecilidades, el valor preciso para arrojar nuestra forma de ser por la borda, de alcanzar la indiferencia a todas las trivialidades que nos asalta y que tensamos hasta hacerlas parecer importantes y decisivas.- El líquido amniótico de los individuos lo constituye las propias necedades, que tratamos con el rigor, seriedad e insistencia que merece, en razón con la grandísima importancia en que las considera la idiotez ignorante en que estamos hundidos, la brutal inconsciencia en que nos movemos, la estolidez imperturbable en que vivimos.-


 Con lo cual, queriendo hablar de una circunstancia personal se habla de la condición existencial de todo hombre. El deseo de salir de nosotros, olvidarnos de toda preocupación del siglo pasa por la inverosímil dejación total de uno mismo, el increíble sacrificio de nuestro yo cotidiano, y posee una finalidad sin la cual se convierte todo esto en un mero ejercicio estoico para conseguir la ataraxia: finalidad que vamos a calificar, sin más, de mística, a fin de huir de toda pedantería que estaría en esta situación fuera de lugar. Se comprende así, qué es la taberna, qué el vino, quién el tabernero, cuál la enseñanza, el anegarse, la oblación, el olvido, etc...

 Compuse en principio, (aparte del primer verso 'obligado'), el terceto final, como eco del simbolismo sacrificial de la Misa superior a nuestras fuerzas.-
La dificultad estuvo en elaborar el relleno de este plato (ya que lograr un poema coherente con lo que se quiere decir y con el modo de decirlo, y ciñéndonos a una estrofa determinada, no es asunto baladí; lo que me costó para mí se queda).- Siendo el primer verso decasílabo, he mantenido esta cantidad silábica en los dos siguientes - el tercero debe leerse como tal- para dar la impresión de un comienzo más rotundo y precipitado, que se dulcifica y expande en encasílabos al final del primer cuarteto.-De todas formas, para los más puristas en cuestiones métricas, puede elegirse el siguiente comienzo:

Despertar, y encontrarse en la taberna
es ofrecer la copa sin tardanza,
y esperar ....

 Una última apostilla. Toda eso de despertar y verse uno en la taberna, no fue tan improvisado como se ha afirmado. En realidad fue sugerida durante la conversación que teníamos, en la que había salido a colación ciertos hechos antiguos no recuerdo si como reproche o como simple recuerdo anecdótico. Estando una vez de vinos por ahí el causante del desafío, otro amigo a quien dedico una composición de esta serie, y el que suscribe, nuestro héroe quedó herido en la refriega, digámoslo así, por lo que cual, para evitar males mayores, lo dejamos tiernamente dormido en la ya desaparecida taberna de la Ferroviaria (Almería capital), que ustedes no han conocido gracias a la Providencia divina. Juro que prometimos volver para recogerlo al finalizar la batalla que ese día entablábamos con nuestra salud. Y volvimos, pero he aquí que dicho acogedor establecimiento estaba cerrado, totalmente cerrado. ¿Qué fue de nuestro hombre? ¿Cómo, cuándo, de qué manera despertó?

Imaginando la sorpresa de la consciencia tan sorpresivamente restablecida, el reconocimiento atónito del lugar, las circunstancias, las personas que lo rodeaban, etc...; imaginando tal situación nos dio motivo para el inicio del soneto. Y ya esta bien de cháchara. Que les agrade.-

Desperté. Y estaba en la taberna.
Ofrecí mi copa sin tardanza.
Espere de ese gesto de esperanza
el dulce fruto de la vid fraterna.
El dulce fruto que en la cuba inverna,
sabio regazo, maternal crianza,
escancia mesonero: tu enseñanza
anegue el caos que mi razón gobierna.
¡Ah, si alcanzara el sumergirme entero
en sola tu embriaguez, y allí perdido
la paz de ser que en lo profundo espero...
yo, que no acierto en lo que tu has querido:
a darme en oblación, fiel mesonero,
en aras del silencio y del olvido.-
tres.

A M.F., CON EL DESEO ESPERANZADO DE QUE
PROPICIE EL MOMENTO DE SU REDENCION

En las tardes de calmas y delicias,
cuando quieras dar cima a la jornada
y busques la alegría de la taberna,
el trato cordial de los amigos,
los amables placeres de la vida,
no olvides jamás este consejo,
que, al menos, gratis te lo doy:
no lleves junto a tí y con vosotros
al hombre del dolor y la amargura;
dejara en tu alma el espesor del plomo
y en tu boca el triste y frío sabor de los metales.
Aléjalo de tí, no des asiento
a quien busca la ocasión de la venganza.
Escupirá su sufrimiento en vuestra mesa
y no se oirá más voz que la del cieno.
Desde el mar de su rabia y su tormento
en oleadas de odio incomparables,
no abr en su palabra nobleza ni descanso,
no abr sonrisa que no hiera
ni paz en otros ojos que soporte.
Este es su delirio:
exponer su rencor en impúdico desnudo,
exhibir las repugnantes llagas en espectáculo,
como un escarnio para el hombre,
como una infamia a vuestro tiempo;
conmover el mundo
con tanta desolación y desconsuelo,
o incendiarlo con el fuego de su incendio.-
Aléjalo de tí; pues ya os fué dicho:
no deis cabida a la serpiente,
guardaos de su veneno,
ni alimentes la hiel con esta esencia
que para gloria de tus tardes se te ofrece,
como un regalo precioso de los cielos.
Apártalo de tí,
hiel que buscara tu hiel,
cieno que buscara tu cieno
serpiente que buscara en ti a la serpiente
torbellino que buscara en tí el torbellino.
Apártalo, pues hombres como ése
nunca sabrá de vuestro trato con la copa
ni compartirá nunca con vosotros
la hora dichosa de la embriaguez gratísima.

LAS HORAS PURPUREAS. (II).- Tres dedicatorias.-
Ángel Simón Collado.

2.- El agua en polvo, Juan J. Cienfuegos (8

Vva. de los Castillejos
Homenaje a Matías, ni castillejero ni portugués sino todo lo contrario: del mundo.

Cuando conocí a Elías Andrino, su razón ya había imaginado ciertas locuras. Era una de esas personas que apabullan aun más de lo que su presencia física, ingente, les concede, y eso que estaba algo metido en carnes. Sin embargo, iba diciendo, su peso era, sobre todo, especifico. La sombra del águila majestuosa cayendo enorme y lentamente podría ser una manera de figurarlo cuando se acercaba caminando, indefectiblemente, hacia la esquina del bar de Marco, habitual sede de su oráculo. Sin embargo, los adictos a aquel juego no le temían, y eso que dicen que esta clase de seres viven más por el miedo que en secreto se les profesa que por el respeto que en público se les reconoce, quizás precisamente para ocultar aquel temor.

Paseaba las calles colindantes de la Plaza, estrechos empedrados de geométrica simplicidad, en las soleadas mañanas primaverales. El humo de sus ininterrumpidos cigarrillos no lograba sobreponerse al natural aroma de esa época y lugar, porque están tan cerca las jaras que casi se dejan ver por estos días de primavera, allá, al final de la calle Monte, camino que desde antiguo lleva a la cercana Portugal. Con alguna dificultad se distinguen, brumosas por el incipiente calor, las encinas que asedian casi al pueblo y cuya fragancia áspera se mezcla con la más fresca del tomillo, la mejorana, o el aroma del poleo, pero todos respetando aquel lujo del campo pobre del Andévalo, su auténtica reina, la jara en flor.-

Aquél hombretón portugués era un paseante de la fantasía. Cuando yo supe que lo había conocido, es decir, cuando lo vi por primera vez con la memoria que ahora me lo recuerda, estaba en mitad de la calle, parado con toda su humanidad en el trance de componer unos misteriosos signos con sus manos, la mirada vagabundeando por un cielo de fantasmas, familiares sólo para él. Este rito era de ausencia. A ver si no. Mientras Elías aparecía por lo común muy hablador, a aquellas horas del final de la mañana, en cambio, se retiraba a su interior y a su cielo, sin que le importaran nada el auténtico y su meteorología de calores o de lluvias. Nadie sabía el significado de aquella cifra, clave extraña que dibujaba Andrino de vez en cuando con
sus manos, como si hablara con alguien de arriba. Dios no, por supuesto, sino con seres elevados tan sólo unos metros por encima de las cabezas. ¿Espectros infernales?. ¿La pajarería común?. ¿A quién le hablaba Elías?. La respuesta sólo la supe muchos años mas tarde y me la ofreció el azar.-

Sucedió que una de esas veces en que se mira sin ver. Estaban dando en la televisión la noticia diaria de la Bolsa de Valores. Al contemplar a los agentes corriendo de aquí para allá, vociferando y gesticulando en medio de tamaña turbamulta de gritos, súbitamente, a la manera de una visión o de un sueño, se me apareció la imponente figura del portugués, parado, estático, ensimismado y componiendo exactamente los mismos gestos de esos modernos agentes de Bolsa que yo estaba ahora viendo en mi televisor. Este secreto nunca se lo dije a nadie. Demasiados locos hemos tenido en el pueblo como para que, contra mi interés, vengan a añadir otro a la lista. Pero ya desde ese día, continuamente, he ido recordando y restaurando en mi magín la personalidad y el mundo de Elías.

Su voz era ronca, atronadora y retumbante. Sentado en el banco de la Plaza los habituales de Elías lo escuchábamos con devoción cuando, en un portugués de frontera lleno de dulces "misturas", nos iba desvelando sus inventos. Misterios que a nadie debíanse repetir, decía, por mor de que en su ignorancia alguno no fuera a recelar de él; que ya sabíamos de la afición popular a poner motes, o a perseguir. Tocado de un leve sombrerillo, siempre de chaqueta, con chalequillo aun en verano, moreno hasta la negritud, ahuecando la voz, con su eterno Bisonte cuando no tenía tabaco portugués, nos iba regalando su mundo pletórico de fantasías y maravillas. Unas veces eran los viajes, asunto este que salía mucho en nuestras conversaciones porque él era muy viajado, y ahora sin ir mas lejos, nos decía, acababa de llegar de Faro, (o de Mértola, o de Lisboa, o de ...).


Pero más me acuerdo de aquella intermitente lucidez suya que le  permitía el extraordinario lujo de acordarse de todo, portugués Funes borgiano. Esta paradójica simultaneidad de la memoria y la enajenación fue una sorpresa más de su esquiva personalidad, de tal manera que, de que supo que yo estudiaba Letras, no pasaron vacaciones sin que me preguntara si conocía yo algo de turco o tuviera algún diccionario, que él tenía interés en esa lengua, algún libro que otro para escribir con en ella y quería refrescar el conocimiento que antes tuviera.

Su cultura era, como muchas veces se dijo de muchos y pocas con fundamento, más que mediana. Además de los viajes y el mundo, se conoce que algunos libros leyó, los que en la casa de la Alameda mantuvo guardados, incluso después de irse para siempre Elías, su fiel Elvira, el ama de llaves que le sacrificó su mocedad y los primores de su mesa. Estoy seguro de haberle oído a Elías alguna vez que cursó estudios elementales en Huelva, en el antiguo colegio de la avenida de la Rábida, San Casiano por más señas, donde aseguraba haber escuchado recitar sus poesías al mismísimo Juan Ramón, cuando era un muchacho, pero ya
entonces raro, añadía socarronamente.

Hay luego una laguna de muchos años hasta los días aquellos de primavera en que nos parábamos a escucharle. Por detalles que no hace referir ahora, es seguro que vivió en Portugal todo ese tiempo, los años decisivos de su vida y de su historia. Allí el encanto del fado lo transmutó en el melancólico y ensoñado Elías que conocí y que me instruyó en el sagrado ministerio de sus inventos.

Uno de los preferidos suyos era el del cruce de especies animales. A veces el insólito matrimonio era el objetivo de una gran empresa que iba a crear enseguida. Ese era el caso del "patoperdiz", una rara avis que iba a dar de comer gratis a medio mundo. El sabor de la carne sería exquisito, nos contaba a la hora del almuerzo, de tal manera que nadie que lo probara distinguiría a la perdiz del pato, sino a los dos fundidos en algo nuevo y maravilloso. A las preguntas del escaso auditorio sobre cómo pensaba conseguir el ayuntamiento de las dos aves, nunca contestaba, una mirada con su punto de desdén y una
sonrisa desde la altura eran la respuesta invariable.

Otras veces parecía que su empeño era casar a enemigos irreconciliables. Por esta causa nació el "gatopájaro" y de este nuevo parto, lo recuerdo bien, no hubo cuestión sobre su origen. Siempre le recriminábamos su parquedad para describir los inventos, siendo así que tan sólo supimos del patoperdiz su habilidad natatoria gracias a sus patas membranosas. Naturalmente, para el gatopájaro contaba con el antecedente del mítico Pegaso, así que, sin más, le puso alas.

Pero, sin duda, el mejor invento de Elías Andrino fue el agua en polvo. Este producto resultaba carísimo, por eso aún no lo vendía la correspondiente empresa, decía el buen Elías como para excusarse de no ponérnoslo ahora mismo allí delante. Debió de darle mucho trabajo y cavilación, a juzgar por los efectos que obtenía. Todo nació de una conversación de viajes que en cierta ocasión giró por las entonces colonias portuguesas, concretamente Angola. El cuadro que nos pintaba era de negros en los angoleños cafetales, sofocados por un calor abrasador que se multiplicaba por la escasez de agua, epidemia eterna que padecen estos morenos, decía. Discurrió entonces Elías un proceso que desembocaba en la creación de su obra maestra.

Consistía la cosa en un concentrado de agua de extraordinaria densidad la cual en sucesivas fases iba  aumentando en sentido inversamente proporcional a su tamaño, hasta llegar a una bola (apenas como un puño, nos decía) de agua en polvo. Este era, por fin, el remedio que iba a terminar con la sed y el hambre del mundo, el agua en polvo, que Andrino vendía, para colmo, diciendo que nada era más fácil de hacer. Poca materia prima : agua líquida, y una prensa enorme para comprimirla hasta el infinito. Luego, la aviación se encargaría de lanzarla desde el cielo, y con la velocidad y el porrazo de la caída, aquel puñetazo de agua se convertía en un inmenso lago de agua fresca y transparente.

Este anuncio del agua se cumplió al menos con él, porque la negrura de su piel se refrescó para siempre en el paraíso del Guadiana, donde a bordo de esos barcos que hacen la travesía entre las dos orillas, las que un día fueron del tío Hugo y que plantó del oloroso algarrobo, se fue para siempre el portugués a la Sierra de la Luna para instruir al dios Endovelo en sus inventos.

ELIAS ANDRINO O LOS INVENTOS MAS HUMANOS
Juan J. Cienfuegos.

1. Viajes por Andalucía. Pilar Vinyet Barnolas. (5-7)

Entre sueño y sueño, tendréis mis historias, pequeñas ilusiones, emociones, pensamientos y recuerdos de mi primera pisada por Andalucía. En septiembre seguí la huella de un poeta, ahora tal vez muerto, pero vivo aún en mi corazón. El fue el inicio de mi contacto andaluz y mi relación poética con vuestra tierra, mía ahora también gracias a vosotros...si es que hay tierras de alguien. A través de mis escritos podréis conocer cómo os veo, qué representa Andalucía para mí, una catalana, a más de mil kilómetros espaciales, aunque no temporales.-
Así podría empezar:

Llegué en ese tren interminable un amanecer en Sevilla, poca ropa, mucha hambre, algunos libros y mi cámara. El taxi me deja en Triana, las calles desiertas, el Guadalquivir canta los reflejos de la Torre de Oro. Una luz cálida me acompaña. Silencio a mi alrededor. Mi cámara empieza a moverse entre mis dedos; quiero captar ese instante de bautizo y de inicio de este viaje poético. Poco a poco va despertando la ciudad....empieza mi sueño. Mi poeta del Puerto de Santa María me indica el camino:

"El rió Guadalquivir
lleva sus aguas borrachas
y se escapa de verbena
en cuanto llega a Triana.
Sevilla canta"
Oigo luego otra canción:
"A la orilla del rió
teje la luna una blusa
con la que quitarte el frío.
Con su ovillito de lana
teje y teje, canta y canta
desde la aurora hasta el alba"

Recorro la ciudad a veces acompañada de mi amigo artista-pintor, a veces sola con mi poeta soñado. Recito a Bécquer en el parque, busco mi provincia en la plaza de Aníbal González, huelo todo el tiempo esos olores desconocidos para mí, abanicos...colores...mi poeta insiste:
"Escribiré en tu abanico:
te quiero para olvidarte,
para quererte te olvido".

Llega la noche. En "La Carbonería" percibo en mi piel la fantasía e improvisación del cantante de flamenco. Saco mi boli y apunto esas letras difíciles de entender para mí.:
"Es que ya no puedo más
la fuerza me está faltando
por eso canto llorando"

Me emociono...lloro...mi amigo pintor me acerca un tinto de verano...: "un jardinero dormía a pierna suelta y se dejaba la puerta abierta...hasta que un día le robaron la rosa que más quería..."
Me emociono....rió...mi amigo me trae otro tinto de verano.-
Se hace de día y escribo: Mágica noche, lúgubre día. El amanecer tiembla en mi mano. La noche es día, la estrella sol.

Mi poeta de nuevo aparece:
"A la orilla del mar
está mi casa,
a la orilla del mar,
junto a sus aguas,
entre verdes pinares
de sombra clara.
En mi corazón
tu casa"

"Cartas desde el norte I)
PILAR VINYET (nick: Belfort.- voladora de sueños)

36.- Esta otra fuerza. Emilio Barón Palma (138


Aún sigue la partida. Más sin Reina.
Hace tiempo que juegas sin su ayuda.
La magia de los veinte lejos queda,
Aunque mantenga el Rey la compostura.
Y las bengalas de la inteligencia,
Repentinos alfiles, no deslumbran
Pasado el tiempo de la edad perfecta.
No valen con la joven que te gusta.
Te guste o no, entraste en los cuarenta.
Sin Reina y con caballos deslucidos,
Perdiendo uno tras otro tus peones.
Es hora de emplear esa otra fuerza
Que la edad - generosa- te ha traído.
Aún sigue la partida. Juegan torres.


EMILIO BARÓN
LOS DÍAS (1978-1999 POESÍA).
DEPÓSITO LEGAL. AL-319-99
ISBN: 84-8240-230-7
PUBLICADO POR LA UNIVERSIDAD DE ALMERÍA.


martes, 23 de abril de 2013

37.-La partera. Pablo A. Bugallo(139-

La réplica de los best-sellers de sopa de ajo a que nos tienen acostumbrados las editoriales

Los ojos, cerrados casi del todo por el peso del tiempo, lo escrutaron con presteza y profesionalidad en busca de deformidades. El llanto claro y estridente era un buen presagio, pero siempre convenía cerciorarse: más comadres habían muerto en la hoguera, por brujas y hechiceras, que por cualquier otra causa, incluidas las plagas que regularmente diezmaban las poblaciones de los reinos de Europa.


La vieja partera luego posó a la criatura en el suelo, entre sus piernas, sobre un lecho de paja seca cubierto con su mejor paño, tres codos de un tejido suave como el melocotón en cuyo rojo carmesí parecía ahora flotar el cuerpecito indefenso. Se lo quedó mirando como quien ve una aparición. Durante unos segundos, aquel llanto impregnado de rojo, el color de la sangre, le desgarró el alma en mil jirones. Los ojos, antaño manantiales generosos, le dolían como si unas manos invisibles se los estuvieran estrujando.

Le asaltaron la memoria, mezclados con un torbellino de recuerdos atropellados, otros gritos mucho más desgarradores: el que profirió su madre instantes antes de morir asfixiada, cuando las llamas empezaron a lamerle los pies con sus obscenas lenguas de fuego, y el llanto inconsolable del pequeñín de la enorme mancha en la frente que sostenía entre los brazos, cruzados y atados a la espalda. La chiquilla que entonces era lo había presenciado todo desde lejos, encaramada en lo alto de un carro de heno que algún labriego había abandonado para asistir a la ejecución. La ramera que la había acusado, la más conspicua pecadora cuyo parto ella y su madre habían asistido, encabezaba aquella manifestación de odio y miedo, en primera fila, ora escupiendo ora vociferendo, sin freno, como una verdadera posesa, azuzando a la muchedumbre enloquecida, convertida ella misma en llama purificadora; la turba, en inmensa hoguera donde ardían su madre y el pequeño diablo.

La curiosidad que la había impulsado a dejar la seguridad del bosque cercano, de donde no debía salir hasta que su madre fuera a por ella, había ido dando paso, poco a poco, a medida que iban caldeándose más y más los ánimos, al miedo más cerval, ese miedo que en situaciones extremas o bien te deja paralizado o bien te abre los ojos. La primera reacción de la niña fue ponerse a desgranar cuanta letanía su madre le había enseñado, implorando al cielo que apagara aquel infierno, esperando que de un momento a otro, en respuesta a sus súplicas, el cielo se abriera de cuajo y salieran de él ángeles, y los ángeles anunciaran con voz poderosa que aquella mujer no era una bruja, sino una piadosa sierva del Señor. En esto estaba -sus ojos dudando hacia dónde mirar, si hacia el cielo o el infierno- cuando recordó que su madre decía que era un grave pecado de soberbia pedirle al Señor que se manifestara. Tuvo que apretar los labios con fuerza para ahogar sus súplicas y, con el corazón en un puño, temerosa y a la vez esperanzada, alzó por última vez la vista para mirar el cielo: ni un rasguño que mancillara el azul impoluto, sólo alguna nubecilla aislada pastando con parsimoniosa mansedumbre.

Completamente desvalida, traspasada de miedo y odio, se arrebujó en la oquedad que instintivamente había ido abriendo en el heno y se quedó dormida. Y soñó que las nubecillas del cielo daban a luz miles de nubecillas y que estas nubecillas nacían preñadas y que éstas parían otras tantas nubecillas y que, luego de cubrir el cielo todo, las nubecillas se convertían en nubarrones y que el día era noche y que Dios lanzaba todos sus meteoros sobre aquellos impíos y que se desataba una tormenta como nunca había habido antes y que arreciaba la lluvia y que un viento huracanado hacía volar todo por los aires y que el trueno y el relámpago eran la voz y la luz de Dios... Mientras soñaba, sus ojos quisieron ser tormenta y lloraron todo cuanto tenían reservado para una larga vida, y su sangre, viendo que los ojos se secaban por apagar aquel fuego, pidió a su cuerpo que la dejara fluir hasta que no quedara una sola gota. Así, cuando despertó, la niña creyó que el sueño no había sido sueño, pues sus lágrimas se habían mezclado con su sangre empapando completamente el lecho. No supo lo que realmente había pasado hasta que reunió el valor para asomar la cabecita por encima de la carga de heno. Bastó con que buscara el origen de los hilillos de humo que ascendían dibujando filigranas en el aire para que el horror de lo que había sucedido la golpeara con todas sus fuerzas y le arrancara del pecho la palabra que la ahogaba: "¡Mamáaa...!"

El instinto de supervivencia, débil hasta el día en que su madre la llevó al bosque, contrarrestó el lacerante dolor y, agarrándola con fuerza por pies y manos, la obligó a agazaparse antes de que le diera tiempo siquiera a tener un pensamiento. Estos los tuvo después, atropellados y a cual más terrorífico. Encogida sobre sí, aterido el cuerpo por el frío intenso que le producía el miedo, volvió a ver el rostro familiar de la mujer con que había cruzado una mirada. Estaba allí mismo; ahora sí que sentía su presencia: apoyada en el carro, respirando con dificultad. Había denunciado a su madre y ahora la delataría a ella. Quiso levantarse, saltar sobre ella, sacarle los ojos, echarle mil maldiciones, pero el miedo que la tenía paralizada no era de los que sueltan fácilmente una presa, de suerte que no consiguió sino sumar una nueva humillación a la derrota; se le soltó el vientre y se le abrieron las entrañas, convirtiendo el lecho de paja en una cloaca cuya pestilencia rivalizaba con el hedor de los vómitos de los borrachos y los efluvios mefíticos de la carne humana abrasada. No podía quitarse de la cabeza lo que el puñado de campesinos que había visto en la plaza podrían llegar a hacerle si descubrieran su presencia; peor aún que la hoguera. Había oído historias. Su mente infantil, a punto ya de saltar en mil pedazos, se lanzó a forjar lo que habría de ser la definitiva oleada de terror.

Los hombres, que ya no eran hombres, aullaban enloquecidos a su alrededor. Unos pocos, a quienes los otros parecían tener miedo, habían hincado las rodillas en el heno, entre la mierda y la sangre, y le llenaban el cuerpecito desnudo de regueros de babas. A los más débiles, o a los más borrachos, los oía luchar entre ellos por encaramarse a alguna de las paredes. Uno que tenía los ojos en blanco y que babeaba más que los otros y que se había bajado los pantalones hasta los tobillos trastabilló y se cayó desde lo alto del carro, rompiéndose al parecer el cuello. La niña aprovechó el desconcierto para abrir los ojos y buscar a su mamá entre las estrellas del cielo. No le dio tiempo a encontrarla; pronto tuvo otra vez ante sí las fauces podridas de las bestias que la rodeaban. Aquello las había enfurecido. Cerró los ojos y, de repente, cuando ya sentía cómo se abalanzaban sobre ella, una voz salida de ninguna parte la arrancó de aquella angustiosa pesadilla. "Niña," dijo la voz, "no temas, nadie va a hacerte más daño." Al principio, pensó que había muerto y que era un ángel quien le hablaba; después, con un estremecimiento, se acordó de la mujer que la había delatado. "Lo siento, pequeña," siguió la mujer con una voz que de temblorosa se convirtió en abierto sollozo, "la vida ajena vale menos que la propia." La mujer, luego, lanzó una bolsa de monedas, que fue a caer tintineando junto a su cabecita, y desapareció de su vida para siempre. Entonces, como ahora, quiso llorar y los ojos también le dolieron como si unas manos invisibles se los estuvieran estrujando.

Dos lágrimas diminutas, dos ínfimas gotitas de rocío, asomaron despacio y se le quedaron allí prendidas, como dos luceros, hasta que se dio cuenta de que algo marchaba mal, es decir durante el tiempo que dura un parpadeo. Y se olvidó de la niña que había sido y hasta de ella misma. En el rostro abotargado de la dama asomaba todavía un rictus de dolor que debiera haber desaparecido tras el parto; aquello era un mal presagio: si, como temía, la niña le había desgarrado el vientre, el dolor y el cansancio la matarían en pocas horas, las que tardase en perder todos los fluidos corporales. Poco podía hacerse en casos así, aparte, naturalmente, de taponar la salida con un emplasto de harina de linaza mezclada con hierbas medicinales, de rezar una oración a Santa Gema y de esperar a que uno u otro remedio, o incluso la combinación de ambos, surtiera efecto, por este riguroso orden. Vio desfilar y esfumarse ante sí la marmita que humeaba en la cocina y el haz de leña que uno de los criados le había preparado y la moneda de plata con que esperaba que el señor recompensara sus desvelos. Los nobles, normalmente generosos cuando las cosas iban bien, se volvían terriblemente violentos y avaros al menor percance. Por suerte, además de todo lo necesario, llevaba siempre consigo una astilla de la cruz donde Nuestro Señor había sido crucificado. Sentir el lujoso relicario sobre la piel, debajo de varias capas de tela basta, le infundió nuevas esperanzas, las cuales se materializaron en un pensamiento de tan breve existencia que ni tiempo le dio a percatarse de que lo había pensado; no podía haberla salvado de la tortura y de la hoguera para dejarla morir ahora de hambre y de frío.

Instintivamente, sacó un mortero grande de una bolsa que llevaba colgada en bandolera y se puso a preparar la mezcla, ora machacando esto, ora añadiendo agua tibia de un caldero, ora espolvoreando aquello. Para cuando hubo terminado, un aluvión de nuevos recuerdos, algunos extremadamente gratos, como el viaje a Tierra Santa en que había acompañado a su esposo, un judío converso con quien se ensañaría luego la Inquisición, le habían anegado la mente de tal modo que no había espacio en ella para nada más, ni tan siquiera para el berrinche que la niña había cogido al palmearle el trasero. Aún así, el ensimismamiento no le impidió seguir con lo elaboración del mejunje salvador, ni afectó tampoco a la economía de movimientos que da la práctica prolongada de una disciplina. Ya casi había acabado de levantar el muro entre las piernas de la mujer cuando se le vino encima con gran aparatosidad y se encontró inopinadamente con otra criatura entre las manos, dentro del cuenco de madera que usaba a modo de mortero, flotando entre los restos de lo que parecía un naufragio. Por un momento, antes de que el susto barriera las últimas brumas que le nublaban el entendimiento, pensó que la primera niña, que ahora lloriqueaba si cabe con más fuerza, se le había vuelto a meter en un descuido dentro del cuerpo de la madre.
Con ésta fueron necesarias varias palmaditas, alguna de ellas en la espalda, para que el dolor que uno siente al nacer le saliera todo para afuera. Al oírla por primera vez, su hermanita pareció enmudecer un momento, para lanzarse enseguida a reclamar su sitio en el mundo con nuevos bríos, como temiendo que la recién llegada pretendiera arrebatárselo; y ésta tampoco le iba a la zaga, sobre todo después de que la partera la sumergiera en el barreño para limpiarla. Y para cuando el eco de la llantina, que había ido pasando poco a poco de una estancia a otra, resonó en toda la mansión, la madre había recuperado parcialmente la belleza y la compostura habituales en ella; el resuello, no tanto.

Aliviada por el milagroso desenlace, la anciana se llevó una mano al pecho, a la altura del relicario -la otra la tenía ocupada sujetando al bebé por los pies, justo encima del caldero de agua, como escurriéndolo- y elevó al cielo una apresurada plegaria de agradecimiento. Después, confiada totalmente del poder y magnanimidad del Señor, se saltó el rutinario trámite de la inspección ocular y la posó junto a la otra, como para que fueran acostumbrándose a las estrecheces a que lleva la rivalidad. Al verlas pegadas por el costado, no pudo por menos de admirarse de lo igualitas que eran y preguntarse si también lo serían sus vidas. Aún no había advertido la mancha negruzca que le cubría la rodillita. Cuando por fin cayó en la cuenta -al principio la había tomado por la sombra de un pliegue de su faldón-, el sobresalto fue mayúsculo; el respingo, tan brusco y violento que a punto estuvo de caerse de espaldas contra el suelo. Miró a la condesa y vio que dormía plácidamente, ajena a la desgracia que por salvarla a ella ahora se cernía sobre todos ellos. "Entiendo, Señor," dijo para sí. "La hija a cambio de la madre." Tuvo una revelación: el Señor, complacido de la abnegación de su sierva y apiadado de las dudas que le habían remordido la conciencia hasta más allá de lo que podía recordar, había realizado aquel prodigio para que supiera, ahora que la hora definitiva estaba próxima, que había obrado con rectitud. La perspectiva de la hoguera no la hubiera espoleado tanto como la certeza que ahora tenía de que Dios mismo había guiado siempre su brazo.

Agarró a la pequeña por los pies y, suspendiéndola sobre el barreño de agua donde la había lavado, empezó a recitar las palabras rituales: "La sierva de Dios, María -siempre utilizaba los mismos nombres: María para las niñas y Jesús para los niños-, es bautizada en el nombre...". Y mientras invocaba a cada persona de la Santísima Trinidad, la sumergía en el agua y la sacaba de ella, con tanto fervor que no reparó en que la condesa se había despertado cuando iba por el "Hijo", probablemente a causa de los alaridos que daba la pequeña cada vez que salía del agua. Medio adormilada todavía, la condesa no supo lo que estaba sucediendo hasta que no vio que la anciana -después de un beso en la cabecita y un "lo siento, pequeña"- la metía en el caldero una cuarta vez y no la sacaba. Intentó levantarse para detenerla y cayó al suelo, donde, sacando fuerzas de flaquezas, se puso a llamar al conde a voz en grito.

Sin soltar al bebé, la partera, que sabía que el conde había salido de caza y que los criados no se atreverían a entrar en la alcoba de su señora en momentos así, trató de calmarla hablándole con suavidad y explicándole lo sucedido. La impresión había sido muy fuerte y le costaría más que de costumbre, pero no perdió la calma: su experiencia le decía que todas, nobles y plebeyas, acababan finalmente aviniéndose a razones. Y así probablemente habría sido también en esta ocasión si el conde, siguiendo las costumbres de la época, no hubiera abandonado la partida de caza precipitadamente al saber, por boca de un mozo de cuadras enviado por su esposa, que los dolores del parto habían comenzado. Pero es que, además, quiso el destino que llegara en el momento justo en que su esposa lo llamaba y que él la oyera y que supiera descifrar el sentido verdadero que se escondía tras la acuciante llamada: "¡¡Adolfo!!" Una jauría de lobos no le hubiera espoleado tanto; en un santiamén subió las escaleras e irrumpió en la alcoba, cuya puerta hubo de derribar con la ayuda de los criados que se arremolinaban delante. Se plantó luego en medio de la sala, con la espada desenfundada y mirando en derredor suyo, bastante confuso por el silencio sepulcral que de repente se hizo, sólo roto esporádicamente por el bisbiseo con que la partera se encomendaba al Señor. Vio a la esposa tendida en el suelo, con el rostro desencajado, gritándole palabras que no acaban de salirle de la garganta; vio también a la partera, con las manos cruzadas sobre el pecho, hablando para sí sin apenas despegar los labios; vio, entre las piernas de la vieja, un bebé que parecía la viva imagen de su esposa; vio el barreño en que los criados le traían el agua para asearse; vio que estaba lleno; vio un cuerpecito azulado flotando... Se fue hacia ella y le hundió la espada en el corazón: "¡Muere... Bruja!"


.- publicado en la revista "La voz de la cometa. Tu voz en Internet"

35.- a Beires. Alfonso López Martínez (136

Del libro: Canciones del Alma, poesía. Almería 1975

A BEIRES
¡Cuantas bellezas sin fín
andando por los caminos
he podido conocer
en los ignorados sitios!
Tierra fértil y de paz,
lejana de los ruidos.
Allí anida el ruiseñor.
Allí canta el gilguerillo.
La parra al pie de la sierra
se abraza con el olivo.
Los almendros solitarios,
solitarios se han perdido.
Beires y sierra de Beires,
han quedado en el olvido.
Qué tristes quedan los pueblos
cuando pierden el camino.
Pueblo sobre roca en agua,
entre barranco y montículo.
La oliva y el trigo verde
bajo el palio del suspiro.
Beires y sierra de Beires
forman parte de mi libro.
Sus acacias y sus olmos
huelen a moros huídos.
La pizarra de su techo
yace sobre los derribos.
¡qué pena que Beires muera
sin que yo pueda servirlo!
En lo más puro del aire
la fragancia del tomillo.
Y en el cristal se ha fundido.
Su mina dormida en llanto,
fuente de hierro magnífico...
Los veteranos pastores
ya viven en los hospicios.
¡Qué pena de aquellos hombres
con sonrisa de chiquillos
que ya no fumen tabaco
de hoja verde en el aprisco!
Repoblación forestal
ignorante de prejuicios,
ha deshecho los rebaños
bajo un ensueño de pinos.
Beires y sierra de Beires
y su arroyo cristalino,
al pie de Sierra Nevada
ofrecen un Paraíso.

La Universidad del desierto. Miguel Gallego


MIGUEL GALLEGO, 
algo más que crítica literaria

"El canibal y otros cuentos". Juan Uceda Carreño

      Como quiera que en enero del año 2000 se publicó, por obra y previo pago de su autor, y como suele ocurrir demasiadas veces en Almería, porque nadie te publica, y más en los tiempos de crisis en que estamos,  si no eres FULANICO DE TAL o MENGANICO DE CUAL, me atrevo, en este día del libro, a transcribir uno de sus minicuentos con la esperanza de que alguien lo lea y valore, sin alardes, ni falsas modestias, ni golpes de pecho, que este hombre prometía como buen Escritor.

Su autor: JUAN UCEDA CARREÑO
La fotografía de la portada es de Francisco Ortiz
Imprimió: Imprenta Úbeda, SL.- Almería
Depósito Legal: AL- 11-2000.- ISBN.: 978-84-607-0034-8.- 
Almería, Enero 2000

Vicio insuperable.

         Aquel día Juana y yo habíamos discutido una vez más a causa de mi vicio. Por la noche, mientras ella dormía, la inquietud me mantuvo despierto. Sin dejar de comerme las uñas de una mano, con la otra encendí la lamparita. Miré a mi lado. Las bonitas formas de Juana se transparentaban a través del camisón. El bordado del escote me recordó el encaje de papel de las tartas.
          Lamentaba no haberme reconciliado. Los enfrentamientos habían ido aumentando en la medida en que había crecido mi obsesión. Me sabía culpable, pero también incapaz de superarlo.
     
           Ansioso, palpitante, con la mirada fija en ella, el escozor me hizo retirar de la boca los dedos, que sustituí de inmediato por los de la otra mano. Me acerqué a Juana sigilosamente. La necesitaba, pero era impensable su colaboración. Aún no comprendo cómo, en el estado de agitación en que me encontraba conseguí hacérselo sin sacarla de su sueño.
     
            Despertó, eso sí, por la mañana. No quiero acordarme de su reacción al verse las uñas de las manos y de los pies.

Una rosa por un libro.