jueves, 30 de enero de 2014

Viento. Movimiento. Maribel Cerezuela

fotografía de Carlos Barrantes

Viento del Este que llama,
a mi corazón,
en una noche sin estrellas.

Viento que me lleva
a tu pensamiento
sin ningún esfuerzo.

Viento que atrae
viejos recuerdos
y tú no ya no estás.



----------------


¿Cómo poder olvidar,
las sensaciones que embriagan,
sin remedio,
el pensamiento,
si no quiero hacerlo?

Nubes que atraen la lluvia
que acaricia el cristal.
Transparencias de arco iris
que escribían novelas.
Recuerdos que sembraron
deseos que no se olvidan
y el tiempo,
no consigue estropear.


------------

Paredes frías, encaladas,
musgo verde,
que en otra época
sirvió para sembrar,
aquel camino que señalaba
el lugar exacto
donde la cita acordada
se nos daba año tras año.

Te esperaré siempre.
Sin remedio.
Escribiré la vida en un papel.

Lo guardaré...
y pasados muchos años
te leeré...  Aroma otoñal



FOTOGRAFÍAS DE CARLOS BARRANTES





























Carlos Barrantes. Maribel Cerezuela

CARLOS BARRANTES 

presentación para el periódico El Siglo de Almería del  curso 

"Movimiento detenido. Toma y cianotipo" (28 de enero de 2002), por Maribel Cerezuela

El caso Vladimir. Emilio Barón


PERO NO CREAN, LA COSA fue de a poquito, y aquella tarde no pasaron de comprobar mutuamente que les gustaba besarse. Con el tiempo, llegaron a instalarse en una especie de ceremonial erótico-amistoso que duraría varios meses y que se desarrollaba casi todas las tardes y casi invariablemente del siguiente modo: 

Ani llegaba, bueeeeeeenas, su carita morena y moruna colocando una sonrisa entre la puerta y su marco, adelante preciosa, respondía él como en las peliculas, y entre sonrisas y bromas hete aqui a Ani colocada en cuarto y aplicando sus labios en morrito sobre la boca en morrito de Vladimir, que, qué ricos aquellos besos, ¿eh?
 
-Como todos los besos ricos, señor escribidor, ni más ni menos. 

-Sin duda, sin duda. Bien; seguían así un buen rato interrumpiendo el contacto dermobucal para intercambiar explicaciones, frases banales de no vine antes porque, o he venido antes porque, en las que normalmente salían a relucir una, dos, trs, o hasta las cuatro hermanas de Ani asociadas a complejas rivalidades tribales de familia numerosa y estrictamente femenina, pues si el nombre de la madre surgió más de una vez tono agresivo y reclamando sueldos filiales, no ocurró así nunca con el padre, que lo tenía, sin duda, pero que debia andar por esos mares de Dios.(29) 

Seguía luego con corrimiento hacia la izquierda de su camacuna por parte de Vladimir, y una invitación a recostarse en el espacio liberado (30) dirigida a Ani quien se reclinaba muy de a poquito en la almohada tras quitarse los zapatos. 

-Un 37. 
-¿Cómo dice usted? 
-Que sigue usted exagerando. Ani calzaba un 37. 
-Ah, ya, Marielle. De acuerdo, pero no interrumpa, por favor. Ani, pues, se recostaba cuan larga era junto a Vladimir, y éste comenzaba a desabotonarle la camisa por debajo del suéter acariciándola y repitiendo los contactos dermicobucales, hasta acabar contemplando, desnudos, los jóvenes y aceitunados pechos de Ani. Venía después otro tipo de exploraciones, otras pausa, otras frases referidas a la relojería, al vecino tal, o a la mujer del vecino cual, aunque a veces, como esa tarde de primeros de octubre, una semana después del té y el café en la terraza, Ani le dijo: 
Dicen que tú te quisiste matar por ella. 
Levantó Vladimir su cabeza de un pecho algo ensalivado, y pudo oír así, de boca de Ani, una y hasta cinco distintas versiones del accidente que le había llevado a él, un bebé de veinticuatro años nacido en Toledo, asumir la identidad de un marinense poeta, o al revés, que para el caso era lo mismo. De la boca de Ani, pechos al aire, conoció la historia del marinense víctima del amor, y la del marinense arruinado, y la del marinense que tomaba drogas en bares de la costa, e incluso la del marinense fracasado en sus estudios, causas todas, y cada una de ellas, que lo habrían llevado a salir violentamente de este valle de lágrimas, sin siquiera sospechar que la ley del karma es inexorable y escogería su identidad para colgársela a un bebé de veinticuatro años llamado Vladimir y condenado a nacer poetalírico con dos libros publicados y sin saber cuándo café solo o té con leche. Lo que es el karma, lector, no tiene enmienda. 
-Así es. mintió Vladimir, sin precisar con cuál versión se casaba. Ani, claro, escogió la que a ella más le gustaba: 
-¿Y la sigues queriendo? 
Decididamente, pensó Vladimir, Ani era mucho, pero mucho más soñadora o fantástica que Dani. Y también tenía novio, pero éste no estaba en el servicio militar, ni la chica hablaba de él, y bueno, así es la vida ¿no?. 


(29) La figura del padre en esta narración no sale muy bien parada que digamos. El padre de Ani es su primera encarnación, y preludia, en cierto modo, la célebre escena del capítulo tercero, entre el protagonista y su hermana.  
(30) "Corrimiento hacia la izquierda", "espacio liberado".... vocabulario claramente político-militar, de orientación marxista o anarquista (para una interpretación ideológica de la novela), o de connotaciones libidinosas (para una interpretación psicoanalista)... ¡Animo, scholars!
 
del libro LIBRERIA MACONDO (EL CASO VLADIMIR) 
AUTOR: EMILIO BARON 
EDITORIAL: Qüásyeditorial narrativa 
Luis Montoto, 28, 2ª,7 
41018 Sevilla 
1ª edicción Abril de 1991 
ISBN: 84-87435-01-7 
 

Bartlebly y compañía. Enrique Vila-Matas

Enrique Vila-Matas
Bartlebly y compañía
Editorial Anagrama - 2000


                        "Todos somos Bartlebly" parece querer decirnos Enrique Vila-Matas en su espléndida obra Bartlebly y compañía que editada por Anagrama, confirma lo que ya casi todos sabíamos: que aún es posible escribir y editar literatura de alta calidad al margen de modas y grupos.

                        Y "todos somos Bartlebly", porque cuantos sufrimos en nuestras carnes desde nuestra infancia el gusanillo de la escritura, vamos descubriendo con el tiempo que no estamos tan solos como pensábamos, y lo más importante, que no éramos unos bichos raras. Y al igual que Bartlebly, el fascinante personaje que creara Melville, o Adrián, el enigmático protagonista invisible de la última novela de José María Merino, en la que algunos críticos han querido ver la esencia misma de la meta-literatura, como contrapunto a la meta-poesía, o a la meta-pintura, o a la..., recorremos nuestra particular travesía por el desierto en soledad, pero en la oscura compañía de aquellos que nos precedieron en este  singular oficio.

                        La historia de la literatura ha dejado para la posteridad infinidad de "bartleblis más o menos anónimos", como Vila-Matas gusta contarnos. No vamos a extendernos ahora en ellos, que para este viaje no necesitamos alforjas, y sería manido el ponernos ahora a glosar las excelencias de Rulfo, Salinger o Julio Torri inclusive. Pero sí que es cierto que hay quienes ven en semejantes silencios una más que preocupante corriente en la que se ven envueltos desde los tradicionales "negros literarios" (no se asusten, todos sabemos que existen) hasta los más indolentes editores, pasando, por supuesto, por la orla del autor y su obra, para quien tanta disquisición y penuria intelectual las más de las veces le trae al fresco. (Hay un Bartlebly especialmente jugoso literariamente, como muy acertadamente viera el editor Jorge Herralde. Se trata de Joe Gould y de la  recreación novelada de su vida y supuesta obra por el periodista Joseph Mitchel. Gould, quien se consideraba a sí mismo como el último bohemio, vivió y padeció en carne propia los excesos del alcohol y de una vida sucumbida entre la miseria de la ciudad de los rascacielos, y dejó para la historia de la literatura fragmentos de la Historia oral de nuestro tiempo, un auténtico testamento alejado de todo tipo de convencionalismos).

                        No nos engañemos: al igual que hay autores que escriben tanto con la mano derecha como con la izquierda, según el editor y el lector a quienes vaya dirigido su libro, también los hay que optan en un momento de sus vidas por el silencio como privilegio narrativo. Y Vila-Matas ha sabido verlo en toda su dimensión, que no es otra que la de quien en algún momento de su vida se ha sentido un "bartlebly" . Así, semejante gracia abandona el terreno de lo propio y pasa con todos los derechos a engrosar la larga lista de los epítetos. Y mostrando lo mejor de sí mismo, que no siempre se encuentra en lo escrito, sino que ha menudo está en lo no-escrito, se convierte en una forma de ver y de entender la literatura, alejada de corrientes y tendencias, y lo que resulta más juicioso, de las desafortunadas críticas de aquellos / as, que siendo incapaces las más de las veces de escribir nada creativo, dedican su pluma a la ingente labor de desprestigiar la ajena, que casi siempre resulta más atractiva que la suya propia.

                        Por eso, "todos somos Bartlebly", y como tal deberíamos de comportarnos más a menudo. Y si esto nos resulta especialmente doloroso, cuando menos reposemos el tiempo suficiente para leer Bartlebly y compañía, y por qué no, a continuación Bartlebly el escribiente, relato que descubriera con apenas veinte años, y que me deslumbrara, me imagino, casi tanto como debió de hacerlo a Enrique Vila-Matas.


José Luis García Fernández
 

Cuando Tim Burton descubrió a Tim Burton. Luis García

Cuando Tim Burton
descubrió a Tim Burton.



                        Una vez más, una película, llamada con el tiempo a ser considerada casi como de culto, nos ofrece a la vez que la espectacularidad de sus secuencias, la oportunidad de descubrir a un autor estadounidense del siglo XIX, que curiosamente había permanecido oculto hasta la fecha en los anaqueles de cualquier librería pública. 

                        Cuando Tim Burton descubrió a Tim Burton, yo aún desconocía el alcance de su cine, pero si que intuía que estaba llamado a encuadrarse dentro de los grandes del género. Había conseguido con apenas media docena de filmes, que tanto adultos como niños disfrutasen con su peculiar forma de entender el séptimo arte, y por extensión la vida. Tengo que reconocer que a veces es necesario un pequeño empujón, y en mi caso no fue sino la visión de Pesadilla antes de Navidad, una película para adultos que gusta especialmente a los niños (que se lo pregunten sino a mi hija Henar para quien es su preferida), la que me aficionó al cine de Burton.  

                        Por eso, el regreso de Tim Burton, no por esperado resultaba menos atractivo. ¿Qué historia nos traería esta vez?. La sorpresa, después de la espera, es la adaptación (muy libre) de un relato de Washington Irving, reciente y oportunamente recuperado magistralmente por la Editorial Alba. Me estoy refiriendo, como no, a La leyenda de Sleepy Hollow.
 
                        Si usted, circunstancial lector, no es un aficionado a la literatura de los siglos XVIII y XIX, una literatura que ahora en el siglo XX denominan eufemísticamente como gótica, si no es capaz de dejarse seducir con su adormecedor y ensoñador halo de romanticismo mas allá de los espíritus cansinos que suelen crear, pues... sencillamente, pase de largo por este artículo. Vea la película (que sin duda le encantará) y olvídese de quien creó la leyenda y de cuanto le rodeaba en aquel entresijo Burtoniano. 

                        Pero si usted, lector, aún mantiene intacta su capacidad de asombro, precisamente en unos tiempos tan carentes de originalidad en los que parece que casi todo está inventado, o cuando menos reciclado, y cree firmemente que el valle que da nombre a la leyenda, Sleepy Hollow, no sólo es posible que exista, sino que es capaz de localizarlo incluso cercano a su ciudad, deténgase en la historia del desgraciado soldado de caballería de Hesee, quien habiendo perdido su cabeza en una batalla de la Guerra de la Independencia, todas las noches se levanta de su tumba y se encamina galopando hasta el campo de batalla en un último y desesperado intento por recuperarla. Porque La
leyenda de Sleepy Hallow, no es sino la historia del Jinete sin Cabeza, una historia manida que los más viejos creen reconocer les contaban de niños. Y es la historia de Ichabod el maestro, quien sin pretenderlo, habrá de convertirse en un eslabón más de una fábula tan aparentemente pueril en su concepción, como hermosa en su tradición.

                        Tim Burton lo ha conseguido. Cuando parecía imposible, se saca de la chistera una historia tan atractiva como todas las anteriores, y nos ofrece un relato magistralmente construido, tanto como el original de Washington Irving. 

            Porque la vida no es sino una desesperada búsqueda de nosotros mismos, aunque esta venga representada en forma de Jinete sin Cabeza a lomos de un caballo.


Luis García

Lo minoritario sinónimo de calidad. Luis García

Lo minoritario
sinónimo de calidad


        Nadie duda a estas alturas de la importancia de las Editoriales llamadas minoritarias dentro del panorama literario nacional. Esto es porque desde siempre fueron cuna y cantera de las grandes,  a quienes les resulta mas sencillo, rápido y barato arrebatar los autores descubiertos por otros a veces con no poco esfuerzo e intuición, que apostar ellas por alguno en concreto. Operarían de ese modo de igual manera que lo hace un club de fútbol poderoso, léase Real Madrid, Barcelona, etc, con los modestos, a quienes cuando les fichan un jugador no les queda más alternativa que el derecho al pataleo, y la búsqueda de nuevos diamantes en bruto,  que una vez pulidos y tratados, pasaran a su vez a engrosar la nómina de los poderosos. Como se puede observar, la pescadilla que se muerde la cola. 

            Recordar a algunos de estos escritores sería muy largo y correríamos el riesgo de herir sensibilidades propias y ajenas, personificadas estas tanto en autores como en Editoriales. Por ello he preferido referirme tan sólo a aquellas malditas, casi secretas que a menudo se mueven en los entresijos del panorama cultural español de una forma colateral. Porque colaterales son al fin y al cabo los riesgos que corren cuando muestran sus mejores galas desde el extrarradio. 


            Pero aún a riesgo de presentarlos de una forma incorrecta, o de caer en tópicos bananeros que impidan que los árboles dejen ver el bosque, habría que decir que todos, absolutamente todos, Editoriales (grandes y pequeñas) y autores, se necesitan unos a los otros para sobrevivir. Es decir. Cierto es, que las pequeños acusan a las grandes de intrusismo profesional, pero no es menos cierto que no podrían sobrevivir la mayoría de las veces sin la existencia de ese supuesto intrusismo, porque la razón misma de su estar y ser en el mercado pasa por aceptar unas reglas de juego que nadie inventó, pero que a menudo recuerdan a una Ley Natural de superior rango. Si, el pez grande (el Gran Grupo Editorial) se come al pequeño, o en su defecto a los autores que previamente ha descubierto, pero el pequeño (la Editorial minoritaria) necesita que continúe haciéndolo, para a su vez reafirmarse como la auténtica cantera de nuevos valores literarios, haciendo bueno aquello de que lo minoritario sinónimo de calidad.

 
            Dicho todo esto, y otorgándole sus respetos a quien de verdad siempre los tuvo, veo llegada la hora de rescatar para Café a las siete siquiera a algunas de ese volumen ingente de Editoriales que suplen la abundancia de catálogo popular (digámoslo así) con imaginación. Una de ellas, que recientemente he podido descubrir, se trata de la Editorial Igitur, fundada y coordinada por los escritores Rosa Lentini y Ricardo Caro Gaviria, que nació con la firme voluntad de rescatar del olvido aquellos autores y textos que de otra forma permanecerían en el olvido. Ediciones Igitur mezcla de esa forma autores más o menos conocidos con otros que conforman la vanguardia de una evolución literaria que discurre de propuesta en propuesta. ¿Qué quiere decir esto?. Pues ni más ni menos, que al margen de convencionalismos literarios, de modas y de artificios, Ediciones Igitur apuesta por la literatura en su estado más puro.


            Su última apuesta literaria, El pasajero Walter Benjamín, Premio Navarra de Novela 1986 firmado por el propio Cesar Gaviria, recrea los últimos días del escritor y filósofo judío-alemán Walter Benjamín, quien no pudiendo superar el hecho de que en 1940 le impidiesen entrar en España con el firme propósito de alcanzar Nueva York vía Lisboa, opta por  la solución más rápida y también más dramática de autoliberación: el suicidio.


            Con el pasajero Walter Benjamín, oportunamente rescatado cuando se cumple el sesenta aniversario de su muerte, no pretende al autor aunque lo parezca, establecer un debate sobre el concepto histórico de frontera. Así, en la novela se recrean aspectos ya sabidos sobre la muerte de Benjamín, los biográficos, con los imaginados, encarnados esto en la recreación de las cuatro mujeres que le acompañaran en aquellos días. Una recreación necesaria para entender y conocer si cabe la particular personalidad de alguien que por fin parece acercársenos a las librerías sin tapujos.

Luis García

Café a las siete. Luis Santillán.

CAFÉ A LAS SIETE
 
La secta
 
            Tengo un conocido, que recientemente publicó un artículo en un diario nacional en el que se sentía parte integrante junto a otros insignes colegas de una peculiar secta que se hacía llamar a sí misma como la de los congetianos, entendiendo por tales a los admiradores de José María Conget, según Ignacio Martínez de Pisón, uno de los autores menos difundidos pero más interesantes, lo que se puede interpretar el que con el tiempo se convierta en un autor de culto. Yo, que ni conocía ni había leído a José María Conget, no pude por menos que mostrar mi sorpresa y extrañeza por la confluencia en apenas siete días de dos recomendaciones de dicho autor, y ambas abaladas por dos de los más prometedores narradores de nuestra literatura. Pero cual sería mi sorpresa cuando leyendo Una cita con Borges del propio Conget, recientemente editado por Renacimiento, me encuentro con uno de sus pasajes titulado El final de una secta, en el que aludía a los mismos principio que llevaron a su admirador articulista a declararse congetiano. Se sentía José María Conget en esta ocasión ferviente admirador de Augusto Monterroso, y culminaba su tránsito por el capítulo reivindicando la existencia de la secta de los monterresinos al margen de premios y oropelas. ¿Quiere esto decir que existió plagio de su admirador literario?. Pudiera pensarse que sí, y en un primer momento así lo interpreté y se lo hice saber a mis allegados. Pero reflexionando sobre ello, llegué a la conclusión de que el plagio no existió mas allá de la simple confluencia de una actitud vital a la hora de afrontar una vivencia. Bonilla, que no es otro que el autor del artículo sobre Los Congetianos publicado en su sección semanal Las afueras, no hizo sino homenajear a quien de alguna forma consideraba como su maestro, si se me permite la expresión. ¿Y existe mejor manera de hacerlo que utilizando sus propias reflexiones?

            Todos de alguna manera nos sentimos partícipes de alguna secta, no en vano la asunción de los postulados de un pensador, filósofo o escritor pasa además de por asumir como propios los mismos,  por sentirnos cómplices con los demás de dicha forma de entender la vida, y por qué no, la muerte. Sirve esto para ilustrar, tanto la anécdota de Bonilla como la del propio Conget a quien estoy descubriendo lenta pero satisfactoriamente, para incitar desde estas páginas a mi propia secta, que seguro que existirá. La de los seguidores de Saramago, el insigne Nóbel, y uno de los escritores más denostados por unos y más admirados por otros. José Saramago ha sabido desde su voluntario exilio, no el físico en Lanzarote, sino el interior, aquel al que deberíamos de regresar todos de vez en cuando para reflexionar sobre nuestra propia existencia, aglutinar y remover las conciencias de quienes le escuchamos y leemos. Porque La cavernano es sólo una novela: es La Novela, ahora que está tan de moda hablar del partido del siglo, la madre de todas las guerras o el concierto que nunca se habrá de repetir. La cavernaes La Novela porque aúna entre sus páginas además de la facultad de contar, y bien, por cierto, la de formar, algo que se echa en falta en los escritores de este fin de siglo / milenio, excesivamente preocupados y enfrascados en batallas e intrigas palaciegas que poco o nada aportan al debate humano que debería de servirse desde las páginas de los diarios, y a la literatura en general. La particular batalla de Cipriano Algor contra el kafkiano y desconsolado Centro Comercial, paradigma productivo del Pensamiento Único, y la peculiar interpretación del mito de la caverna platónico, siempre es bueno rememorarlo ahora que los años de facultad comienzan a pesar en exceso, nos retrotraen a un tiempo que posiblemente ni fue mejor ni peor que el presente, pero cuando menos diferente, y sólo por eso susceptible de ser criticado. Porque sólo desde la educación en valores, que con el tiempo nos permitirá censurar con justicia lo que vemos, nos convertiremos en hombres libres.



            Es posible como algunos pretenden demostrar, que la tremenda equivocación de Saramago parta de que no ha sabido interpretar que los Centros Comerciales actuales son las ágoras de la antigüedad, las plazas en las que el pueblo se reunía a departir con sus vecinos. Es posible. Como también que Bonilla nunca tuviera la tentación de plagiar una idea o una frase de José María Conget. Es posible. Pero como todo en la vida, siempre se estaría sujeto a interpretaciones. Y sinceramente, yo prefiero nadar contra la corriente, equivocarme cien veces y sentirme un hombre libre, que no nadar con la corriente a favor y no equivocarme nunca. Porque con la corriente sólo nadan los mediocres.
 
L. Santillán

Rabos de Lagartija. Juan Marsé

Juan Marsé
Rabos de Lagartija
ARETE - 2000


                Cuando se anuncia a bombo y platillo la próxima aparición de una nueva novela del autor Juan Marsé, uno no puede por menos que desear que cuando menos sea capaz de alcanzar las cotas de calidad de aquellas que la han precedido. Y una vez más, como en su día se dijera de El Embrujo de Shanghai, hay que afirmar que Marsé lo ha conseguido, lo que no es poco habida cuenta el momento que disfruta la novela española como género.

                        Barcelona 1945. Como tantas otras veces, el mismo escenario con todos sus condicionantes (posguerra, hambre, miseria, represión...). Un "no-nacido" se empeña en "observar" la vida de los habitantes de un barrio sin futuro cercenado por la guerra y rodeado de escombreras. Tenemos pues, como tantas otras veces, el escenario. Pero, ¿qué tiene de novedoso Rabos de lagartija para que de alguna manera halla revolucionado el panorama literario español?

                        Se puede incidir, por una parte en lo original del narrador. Un feto, un ser vivo que conoce el exterior a partir de la peculiar relación que establece con su hermano y con su madre, y por otra, en el hecho de que sin citarlo en ningún momento, sepamos que nos encontramos en el año de 1945, en el año en que cayó aquella bomba atomicia. Alrededor, toda una historia de perdedores (es difícil encontrar en la narrativa de Juan Marsé una historia de vencedores y vencidos) entre los que destacan Rosita, la madre que espera al niño-narrador con la misma intensidad con la que espera a su marido, huido por temor a las represalias políticas, David, su otro hijo cuya infancia destruida por la reciente guerra no es sino un símbolo liberalizador (uno más) del autor, y que con el tiempo se convertirá en fotógrafo y se dedicará a captar la realidad de sus calles sin falsearla, y el siniestro comisario, empeñado no se sabe muy bien si en cortejar a la primera o en ejercer en pleno acto de contrición de buen samaritano. 361 páginas repletas del mejor Marsé de cuantos se hallan visto y leído, plagadas de arrepentimientos, claudicaciones y fracasos que no hacen sino reafirmar la incuestionable independencia literaria de un autor, totalmente alejado de los "saraos" literarios, y empeñados como pocos en dignificar un oficio a menudo mancillado.



José Luis García Fernández

martes, 28 de enero de 2014

Historias de almanaque. Bertolt Brecht


Historias de Almanaque

ISBN: 84-206-1560-9
1980, M.40.057-1980
Traductor: Joaquín Rábago
El libro de bolsillo. Alianza Editorial, S. A.

Preguntas de un obrero que lee

Bertolt Brecht (pág. 88-89)


¿Quién construyó Tebas, la de las Siete Puertas?
En los libros figuran sólo los nombres de reyes.
¿Acaso arrastraron ellos bloques de piedra?
Y Babilonia, mil veces destruida,
¿quién la volvió a levantar otras tantas?
Quienes edificaron la dorada Lima, ¿en qué casas vivían?
¿Adónde fueron la noche
en que se terminó la Gran Muralla, sus albañiles?
Llena está de arcos triunfales
 Roma la grande. Sus césares
 ¿sobre quienes triunfaron? Bizancio
 tantas veces cantada, para sus habitantes 
¿sólo tenía palacios? Hasta la legendaria 
Atlántida, la noche en que el mar se la tragó, los que se ahogaban
pedían, bramando, ayuda a sus esclavos.

El joven Alejandro conquistó la India.

¿El sólo?
César venció a los galos. 

¿No llevaba siquiera a un cocinero?
Felipe II lloró al saber su flota hundida. 

¿No lloró más que él?
Federico de Prusia ganó la guerra de los Treinta Años. 

¿Quién la ganó también?

Un triunfo en cada página. 

¿Quién preparaba los festines?
Un gran hombre cada diez años.

¿Quién pagaba los gastos?
 

A tantas historias,
tantas preguntas. 



Balada de la puta para judíos María Sanders

 - Bertolt Brecht.

 1

En Nuremberg dictaron una ley
que hizo llorar a más de una mujer
por compartir lecho con quien no debía.

En los arrabales, la carne se enardece,
y los tambores baten con fuerza.
Si algo tramaran, Dios santo,
esta noche sucediere.

2

María Sanders, tu amante tiene
demasiado negro el cabello.
Mejor no vayas esta noche.
Mejor su lecho hoy evita.

En los arrabales, la carne se enardece,
y los tambores baten con fuerza.
Si algo tramaran, Dios santo,
esta noche sucediere.

3

Dame la llave, madre.
Como otras noches, salió la luna.
No puede ser todo tan grave.

En los arrabales, la carne se enardece,
y los tambores baten con fuerza.
Si algo tramaran, Dios santo,
esta noche sucediere.

4

Una mañana, a las nueve,
la pasearon en camisa,
la cabeza rapada
y al pecho un cartel.
La calle aullaba.
Ella
miraba sin ver.

En los arrabales, la carne se enardece.
Esta noche el pintor∗ hablará.
Si oídos tuvieran, Dios santo,
sabrían lo que les va a pasar.


∗ Pintor: en el original alemán, Streicher, es decir, pintor de brocha gorda, uno de los primeros oficios de Hitler. (N. del T.)páginas 24 y 24 del libro.


Mi corazón siente llamarte. Francisco Llánes Ramirez

Mi Corazón Siente Llamarte

No me han visto llorar por tu persona,
Cuando ya hace días tus rosas se secaron...
Pues para mi no necesitaste otra corona,
Que la pureza de mi Amor Glorificado.

Todo se hace sol en la penumbra,
Cuando recuerdo nuestros idilios consagrados...
Y vuelvo a llorar de nuevo en mi tristeza,
Cuado siento el vació de tú lado...

Tú sigues siendo los días de mis ensueños,
Y ahora las noches de mis mil tormentos...
Y aun sigo llorando y soñando a un tiempo,
Sin que vean mis ojos lo que ya está muerto.

Te siento hablar sin que me hables,
Te siento reír sin que me rías...
Y mi corazón siente llamarte,
Aún cuando tú sigues dormida...

Tú serás estiércol para los Lirios,
Que tanto saben de tú sufrir...
Tú fuiste buena como ninguna,
Y hasta las flores sienten por ti.

¡ Juana ¡ ¡ Tú eres mi calvario
después de tú morir..!

FRANCISCO LLÁNES RAMÍREZ
Valverde del Camino, Noviembre de 2.001