lunes, 20 de octubre de 2014

Entrada al paisaje. Rubén VEDOVALDI

Llueve. Afuera es noche y llueve tanto.
Silvia bebe té de manzanilla con miel y da leche tibia a sus gatitos, enciende el hogar y nos abre la puerta a su interioridad en tensión poética.
Su vida, como su obra, es un paisaje sin terminar, sed de luz en marco de oscuridad, sed de belleza y reconciliación, sed de paz hecha de verdad y justicia.
Paisaje donde recordar, como dice Eduardo Galeano, es volver a pasar por el corazón.
Versos que abrevan en el mester de juglaría de sus ancestros españoles, pasando por el son cubano y aquellos poemas de Lorca y Rubén Darío en boca de su abuelo, o su abuela, guitarra en mano, cantando nanas, boleros y danzones. Gesto de vida en cantar de gesta, lirismo y memoria, filosofía, tedio y esperanza; budismo-nudismo y amor-clamor.
“Estoy harta- dice- del poeta como ente aparatoso que viene de las estrellas y duerme en colchón amplio, harta de pececitos de colores y la caravana de Ambrosio.”
Yin-yang entre el mañana y el ayer, contrapunto entre la ternura y el abandono, el amor y el poder, masculino y femenino, la lengua de Shakespeare y la de Cervantes. Conflicto entre soledad y solidaridad,  el pragmatismo ciego y los principios providentes,  la opulencia concentrada y la miseria dispersa.
Tensión entre el facto y el juri, el ideal y la realidad. Contraste entre aquel barrio habanero con olor de aguacate y suavidad de mango y el muro global de Coca Cola, Mc Donald y CNN; el largo lagarto verde y la superpoblada e inhóspita Grand Central Station. Profecía de la nueva tierra y el eterno play-back del World Trade Center en llamas.
Paisaje de piano, trompetas, bongó y tumbadoras donde Vivaldi, Gershwin, Bach y Lecuona armonizan, y Walt Whitman, Van Gogh y José Martí son hermanos, aunque allá afuera, lejos, en la noche de lluvia inclemente, todavía duele el eco de una niña desflorada en la flor de su inocencia.
Anímico paisaje-retrato que terminarán tus ojos, querida lectora, querido lector, soñando y ejerciendo la convivencia más allá de todo.
Al final, una galaxia muere, se convierte en agujero negro,
La muerte baila un guaguancó con Proust.”
Afuera llueven las siete plagas.
Silvia propone una síntesis superadora: “el planeta es la patria, y el amor pasaporte.”
“La lluvia baña los últimos cadáveres y los perfuma, penetra todos los secretos y los suaviza en humedad sagrada.”

                                         Rubén VEDOVALDI 
                            Finales de otoño 2004  ARGENTINA



EL TALLER DEL POETA

Fernando Luis Pérez Poza

publica en papel el libro
Paisajes sin terminar
Depósito Legal: PO-350-04
ISBN: 84-96073-50-5
poemario de:  Silvia Brandon Pérez   .- (USA)
compañera de las listas literarias con dedicatoria de Rubén Veovaldi (Argentina)
y portada de Fernando Luis Pérez Poza

domingo, 12 de octubre de 2014

Los siete pecados capitales. Fernando Savater y Dante Alighieri



Los Siete Pecados Capitales
Autor: Savater Fernando
Editorial: DEBOLSILLO
160 paginas, 100 gramos, 

encuadernación rústica.
Edición: 2006 |

Idioma: Castellano
Colección: BEST SELLER
ISBN: 9789875661820

Con su habitual inteligencia e
ironía, el filósofo donostiarra reflexiona en estas páginas sobre los pecados capitales, sobre si en la actualidad siguen siendo un referente moral y ético para las complejas sociedades occidentales. Savater analiza con mordacidad y rigor las siete categorías contraponiéndolas a las virturdes cardinales: el resultado es un personal retrato de los nuevos usos y costumbres en una sociedad de honda tradición judeocristiana.

En la línea de Los diez mandamientos en el siglo XXI, un libro para el gran público con argumentos comprensibles al hilo del cambio de comportamiento de las sociedades modernas.

Los Siete Pecados Capitales son una clasificación de los vicios mencionados en las primeras enseñanzas del Cristianismo y Catolicismo para educar e instruir a los seguidores sobre la moral. La Iglesia católica romana divide los pecados en dos categorías principales:

Pecado venial aquellos que son relativamente menores y pueden ser perdonados a través del sacramento. Pecado mortal los cuales, al ser cometidos, destruyen la vida de gracia y crean la amenaza de condenación eterna a menos que sean absueltos mediante el sacramento de la penitencia, o siendo perdonados después de una perfecta contrición por parte del penitente.

Comenzando a principios del siglo XIV, la popularidad de los Siete Pecados Capitales como tema entre los artistas europeos de la época eventualmente ayudó a integrarlos en muchas áreas de la cultura y conciencia Cristiana a través del mundo.

En el libro "los Siete pecados Capitales" Fernando Savater explica:

Según el historiador inglés John Bossy, "los siete pecados capitales son la expresión de la ética social y comunitaria con la cual el cristianismo trató de contener la violencia y sanar a la conflictiva sociedad medieval. Se utilizaron para sancionar los comportamientos sociales agresivos y fueron, durante mucho tiempo —desde el siglo XIII hasta el XVI—, el principal esquema de penitencia, contribuyendo en modo determinante a la pacificación de la sociedad de entonces".



En un principio, los pecados eran una advertencia respecto de cómo administrar la propia conducta. No se trataba como en los diez mandamientos de ofrecer las tablas de la ley, sino de mostrar los peligros higiénicos que podrían asechar a las almas. Se trató de un listado de advertencias sobre los peligros que puede acarrear la desmesura frente a lo deseable. Hoy existe una versión más simplona de esas advertencias, que son los libros de autoayuda, donde encuentras unas fórmulas para no engordar y otras para ser feliz en tres lecciones.

Según Bossy, la suerte de estos pecados terminó en la época moderna, cuando la penitencia dejó de ser la forma de resolución de los conflictos sociales para transformarse en algo psicológico e interior a la conciencia de cada individuo. Fue el momento en que se abandonaron los siete pecados capitales para pasar a los diez mandamientos, que privilegiaban una relación vertical de cada individuo respecto de Dios, en vez de la horizontal entre los hombres, lo cual favorece la introspección personal. Bossy interpreta el paso del Medioevo a la Edad Moderna como un pasaje de lo social a lo individual.

Los pecados adquieren la categoría de capitales cuando originan otros vicios. Santo Tomás describe: "Un vicio capital es aquel que tiene un fin excesivamente deseable, de manera tal que en su deseo un hombre comete muchos pecados, todos los cuales se dice son originados en aquel vicio como su fuente principal...".

Para el especialista en temas islámicos Ornar Abboud "el pecado no es algo inamovible. Varía de acuerdo con el punto de vista del observador y en referencia a la evolución del contexto social y cultural. La mayoría de las acciones consideradas como pecado hace dos siglos —un periodo ínfimo en la historia de la humanidad— hoy no tienen entidad pecaminosa. En el Islam no tenemos la visión del pecado original, lo que sí existen son definiciones sobre lo que es lícito o no. Llamamos haram a aquellas cosas que están vedadas y halal a las que están permitidas".

LOS SIETE PECADOS CAPITALES

SOBERBIA    

Ser soberbio es básicamente el deseo de ponerse por encima de los demás. No es malo que un individuo tenga una buena opinión de sí mismo —salvo que nos fastidie mucho con los relatos de sus hazañas, reales o inventadas—, lo malo es que no admita que nadie en ningún campo se le ponga por encima.

En general, podemos-admitir que tenemos cierto lugar en el ranking humano, y que hay otros que son más prestigiosos. Pero los soberbios no le dejan paso a nadie, ni toleran que alguien piense que puede haber otro delante de él. Además sufren la sensación de que se está haciendo poco en el mundo para reconocer su superioridad, pese a que siempre va con él ese aire de "yo pertenezco a un estrato superior".

GULA    

El pecado de la gula es el ansia inmoderada de comer, de beber, ese afán de asimilarse Codo el universo por la vía digestiva. Es un pecado que nos deja un poco perplejos en este mundo dietético en el que estamos, choca tanto con la ética como con la estética y quizá tengan más contra él los médicos que los propios clérigos.

A mi juicio, el problema de la gula es mucho más una cuestión de higiene que de moral. Se trata de ver cómo administramos nuestros placeres y cómo podemos comer para vivir satisfactoriamente. No debemos obsesionarnos con vivir para comer, ni con vivir para evitar las calorías. Lo peor de la gula hoy es que, mientras algunos tenemos la suerte de poder comer y ayunar a nuestro albedrío, muchas personas están privadas de lo imprescindible y no pueden siquiera alimentar a sus hijos con lo mínimo necesario.

La gula se transforma en pecado cuando ofende el derecho y las expectativas del otro al comer lo de los. demás, acaparar y dejarlo con poco o nada. Olvidar eso sería el peor pecado o la peor forma de gula en nuestro tiempo.

AVARICIA    

El pensador alemán Arthur Schopenhauer decía que el dinero es felicidad abstracta. Ser feliz porque tienes una gran cuenta en el banco, o porque guardas un gran saco con oro debajo de la cama, es algo completamente imaginario.

Comprendo que alguien se sienta feliz porque tiene en sus brazos a una mujer hermosa, en su mesa una comida estupenda y una botella de vino incomparable. Yo no termino de entender a aquellos que se sienten felices cuando ven un cheque, míe. sólo son unas palabras y algunos números.

Lo que da fuerza al dinero es la necesidad de intercambio, que los seres humanos requieran cosas unos de otros. Si no se deseara nada, no habría tenido sentido inventar el vil metal. El dinero permite generar un elemento que te da acceso a algo que tiene otro y tú quieres. De no existir, las variantes serían pocas: el trueque, pero allí necesitas que al otro le interese lo que tú le ofreces, o lisa y llanamente sacárselo por la fuerza, robarle o estrangularlo.

Pero el avaro es el que convierte este acuerdo social en una idolatría, sin entender la utilidad del dinero, que es absolutamente virtual. Si se tratase de cupones que dijeran: "Vale por un refrigerador" o "Vale por una merluza en salsa verde", tendría un interés más limitado, ya que si no te gusta la merluza no sabrás qué hacer con ese vale. La gracia del dinero es que tiene un número y no te dice qué puedes hacer con él.

IRA    

La ira, esa pasión arrebatadora, esa furia que de vez en cuando nos convierte en auténticas fieras. En apariencia somos personas como las demás, y ante un pequeño estímulo, o una provocación, nos transformamos en auténticos salvajes.

El pecado de la ira es una cuestión de grados. Es un movimiento, una reacción que puede indicar simplemente que estamos vivos y, por lo tanto, nos revelamos contra injusticias, amenazas o abusos.

Cuando el movimiento instintivo pasional de la ira se despierta, nos ciega, nos estupidiza y nos convierte en una especie de bestias obcecadas. Ese exceso es perjudicial, pero yo creo que un punto de cólera es necesario.

El escritor peruano Alfredo Bryce Echenique se reconoce admirador de los iracundos "cuando se ponen rabiosos ante una situación infame por la que callan los demás. El que se rebela, habla, grita y muchas veces se juega el pellejo es muy distinto del que tiene un colerón porque le sirvieron la carne fuera de punto".

Como en muchas cosas de la vida, con los pecados primero hay que tener la experiencia. Si eres una persona tan pacífica que nunca te has enfadado, aunque te describan mucho la ira nunca la entenderás. Si eres justo, puedes sentirte arrebatado por la ira. Ahí nos topamos con el pecado.

LUJURIA    

La lujuria es uno de los pecados más escandalosos, y también de los más tentadores. Gracias a ella, todos vinimos al mundo.

¿Pero cuál es realmente la esencia mala de la lujuria? ¿En qué sentido quienes no tenemos especial afán puritano podemos encontrar algo defectuoso en el exceso de la lujuria? Tengo claro que si hay algo bueno en ella es precisamente el placer. Creo que el placer es bueno, sano y recomendable. Si hay algo malo en la lujuria, será el daño que podamos hacer a otros para conseguir goce, al abusar de ellos, aprovecharnos de la inocencia de menores o de gente que por su situación económica tiene que someterse.

No creo que, a pesar de lo que San Agustín y otros santos padres han dicho de la sexualidad, hayamos venido a este mundo a sufrir. La sexualidad no es un instrumento que debamos utilizar casi con repugnancia sólo para la reproducción, sino que es una fuente de relación humana y de contento en un mundo donde las alegrías no abundan.

Pero, como en todos los casos a los que estamos refiriéndonos, el límite de la lujuria desde el punto de vista humanista es causar daño a otro. El sexo con niños es malo por el daño que se les hace. No es malo disfrutar, pero sí es censurable causar mal a otro. Antes se condenaba al placer, ahora al daño y el dolor que se producen. Es la visión progresista de los pecados.

PEREZA    

La pereza es la falta de estímulo, de deseo, de voluntad para atender a lo necesario e, incluso, para realizar actividades creativas o de cualquier índole. Es una congelación de la voluntad, el abandono de nuestra condición de seres activos y emprendedores.

Un viejo cuento narra cómo un padre luchaba contra la pereza de su hijo pequeño, que no quería nunca madrugar. Un día llegó muy temprano por la mañana, lo despertó y le dijo: "Mira, por haberme levantado temprano he encontrado esta cartera llena de dinero en el camino". El niño, tapándose, le contestó: "Más madrugó el que la perdió".

La pereza siempre encuentra excusas. Es perezoso quien renuncia a sus deberes con la sociedad, con la ciudadanía, quien abandona su propia formación cultural. La persona que nunca tiene tiempo para leer un libro, para ver una película, para escuchar un concierto, para prestar atención a una puesta de sol. Aquel que tiene pereza de convertirse en más humano.

El escritor y humorista argentino Roberto Fontanarrosa tiene una teoría: "La pereza ha sido el motor de las grandes conquistas del progreso. El que inventó la rueda, por ejemplo, no quería empujar y caminar más. Detrás de casi todos los elementos del confort supongo que ha habido un perezoso astuto, pensando cómo hacer para trabajar menos".

ENVIDIA    
La envidia, definida como la tristeza ante el bien ajeno, ese no poder soportar que al otro le vaya bien, ambicionar sus goces y posesiones, es también desear que el otro no disfrute de lo que tiene.

¿Qué es lo que anhela el envidioso? En el fondo, no hace más que contemplar el bien como algo inalcanzable. Las cosas son valiosas cuando están en manos de otro. El deseo de despojar, de que el otro no posea lo que tiene, está en la raíz del pecado de la envidia. Es un pecado profundamente insolidario, que también tortura y maltrata al propio pecador. Podemos aventurar que el envidioso es más desdichado que malo.

El envidioso siembra la idea, ante quienes quieran escucharlo, de que el otro no merece sus bienes. De esta actitud se desprenden la mentira, la traición, la intriga y el oportunismo.

La envidia es muy curiosa porque tiene una larga y virtuosa tradición, lo que parecería contradictorio con su calificación de pecado. Es la virtud democrática por excelencia.

"Los Siete Pecados Capitales" de Fernando Fernández-Savater Martín (San Sebastián, 21 de junio de 1947) es un filósofo, activista y prolífico escritor español. Novelista y autor dramático, destaca en el campo del ensayo y el artículo periodístico. En 2008 fue galardonado con el Premio Planeta por su novela La hermandad de la buena suerte. En 2012 se le otorgó el Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo.

Otro autor, Dante Alighieri, “La divina comedia”, también nos hablará de los siete pecados capitales,


Los siete pecados capitales son una clasificación de los vicios mencionados en las primeras enseñanzas del cristianismo para educar a sus seguidores acerca de la moral cristiana.


El término «capital» (de caput, capitis, "cabeza", en latín) no se refiere a la magnitud del pecado sino a que da origen a muchos otros pecados. De acuerdo a santo Tomás de Aquino (II-II:153:4).
Un vicio capital es aquel que tiene un fin excesivamente deseable, de manera tal que en su deseo, un hombre comete muchos pecados, todos los cuales se dice son originados en aquel vicio como su fuente principal. […] Los pecados o vicios capitales son aquellos a los que la naturaleza humana está principalmente inclinada.
Tomás de Aquino1

Los vicios pueden ser catalogados según las virtudes a que se oponen, o también pueden ser referidos a los pecados capitales que la experiencia cristiana ha distinguido siguiendo a san Juan Casiano y a san Gregorio Magno (Mor. 31, 45). Son llamados capitales porque generan otros pecados, otros vicios. Son la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula, la pereza.
Catecismo de la Iglesia Católica, n.º 1866,
artículo 8, «El pecado» (V: La proliferación del pecado).2

El poeta Dante Alighieri (1265-1321) utilizó el mismo orden del papa Gregorio Magno en «El Purgatorio», la segunda parte del poema La Divina Comedia (c. 1308-1321). La teología de La Divina Comedia, casi ha sido la mejor fuente conocida desde el Renacimiento (siglos XV y XVI).

Muchas interpretaciones y versiones posteriores, especialmente derivaciones conservadoras del protestantismo y del movimiento cristiano pentecostal han postulado temibles consecuencias para aquellos que cometan estos pecados como un tormento eterno en el infierno, en vez de la posible absolución a través de la penitencia en el purgatorio.
Pecados capitales
Lujuria
Detalle de la lujuria, en el cuadro El jardín de las delicias, de Hieronymus Bosch. En esta tabla aparecen todo tipo de placeres carnales, que Bosch consideraba pecaminosos.
Artículo principal: Lujuria

La lujuria (en latín, luxus, ‘abundancia’, ‘exuberancia’) es usualmente considerada como el pecado producido por los pensamientos excesivos de naturaleza sexual, o un deseo sexual desordenado e incontrolable.

En la actualidad se considera lujuria a la compulsión sexual o adicción a las relaciones sexuales. También entran en esta categoría el adulterio y la violación.

A lo largo de la historia, diversas religiones han condenado o desalentado en mayor o menor medida la lujuria.

Dante Alighieri consideraba que lujuria era el amor hacia cualquier persona, lo que pondría a Dios en segundo lugar. Según otro autor[cita requerida] la lujuria son los pensamientos posesivos sobre otra persona.
Gula
Artículo principal: Gula
La gula representada por Pieter Brueghel en su obra Los siete pecados mortales o los siete vicios.

Actualmente la gula (en latín, gula) se identifica con la glotonería, el consumo excesivo de comida y bebida. En cambio en el pasado cualquier forma de exceso podía caer bajo la definición de este pecado. Marcado por el consumo excesivo de manera irracional o innecesaria, la gula también incluye ciertas formas de comportamiento destructivo. De esta manera el abuso de substancias o las borracheras pueden ser vistos como ejemplos de gula. En La Divina Comedia de Alighieri, los penitentes en el Purgatorio eran obligados a pararse entre dos árboles, incapaces de alcanzar y comer las frutas que colgaban de las ramas de estos y por consecuencia se les describía como personas hambrientas.
Avaricia/Codicia
Artículo principal: Avaricia
Avaricia representada por Pieter Brueghel

La avaricia (en latín, avaritia) es —como la lujuria y la gula—, un pecado de exceso. Sin embargo, la avaricia (vista por la Iglesia) aplica sólo a la adquisición de riquezas en particular. Tomás de Aquino escribió que la avaricia es «un pecado contra Dios, al igual que todos los pecados mortales, en lo que el hombre condena las cosas eternas por las cosas temporales». En el Purgatorio de Dante, los penitentes eran obligados a arrodillarse en una piedra y recitar los ejemplos de avaricia y sus virtudes opuestas. «Avaricia» es un término que describe muchos otros ejemplos de pecados. Estos incluyen deslealtad, traición deliberada, especialmente para el beneficio personal, como en el caso de dejarse sobornar. Búsqueda y acumulación de objetos, robo y asalto, especialmente con violencia, los engaños o la manipulación de la autoridad son todas acciones que pueden ser inspiradas por la avaricia. Tales actos pueden incluir la simonía.
Pereza
Artículo principal: Pereza
Pereza por Jacob Matham

La pereza (en latín, acidia) es el más «metafísico» de los pecados capitales, en cuanto está referido a la incapacidad de aceptar y hacerse cargo de la existencia de uno mismo. Es también el que más problemas causa en su denominación. La simple «pereza», más aún el «ocio», no parecen constituir una falta. Hemos preferido, por esto, el concepto de «acidia» o «acedía». Tomado en sentido propio es una «tristeza de ánimo» que aparta al creyente de las obligaciones espirituales o divinas, a causa de los obstáculos y dificultades que en ellas se encuentran. Bajo el nombre de cosas espirituales y divinas se entiende todo lo que Dios nos prescribe para la consecución de la eterna salud (la salvación), como la práctica de las virtudes cristianas, la observación de los preceptos divinos, de los deberes de cada uno, los ejercicios de piedad y de religión. Concebir pues tristeza por tales cosas, abrigar voluntariamente, en el corazón, desgano, aversión y disgusto por ellas, es pecado capital. Tomada en sentido estricto es pecado mortal en cuanto se opone directamente a la caridad que nos debemos a nosotros mismos y al amor que debemos a Dios. De esta manera, si deliberadamente y con pleno consentimiento de la voluntad, nos entristecemos o sentimos desgano de las cosas a las que estamos obligados; por ejemplo, al perdón de las injurias, a la privación de los placeres carnales, entre otras; la acidia es pecado grave porque se opone directamente a la caridad de Dios y de nosotros mismos. Considerada en orden a los efectos que produce, si la acidia es tal que hace olvidar el bien necesario e indispensable a la salud eterna, descuidar notablemente las obligaciones y deberes o si llega a hacernos desear que no haya otra vida para vivir entregados impunemente a las pasiones, es sin duda pecado mortal.
Ira
Ira (enojo). Miniatura de Tacuinum sanitatis
Artículo principal: Ira

La ira (en latín, ira) puede ser descrita como un sentimiento no ordenado, ni controlado, de odio y enfado. Estos sentimientos se pueden manifestar como una negación vehemente de la verdad, tanto hacia los demás y hacia uno mismo, impaciencia con los procedimientos de la ley y el deseo de venganza fuera del trabajo del sistema judicial (llevando a hacer justicia por sus propias manos), fanatismo en creencias políticas y religiosas, generalmente deseando hacer mal a otros. Una definición moderna también incluiría odio e intolerancia hacia otros por razones como raza o religión, llevando a la discriminación. Las transgresiones derivadas de la ira están entre las más serias, incluyendo homicidio, asalto, discriminación y en casos extremos, genocidio.

La ira es el único pecado que no necesariamente se relaciona con el egoísmo y el interés personal (aunque uno puede tener ira por egoísmo). Dante describe a la ira como «amor por la justicia pervertido a venganza y resentimiento».

Envidia
Envidia representada por Jacques Callot
Artículo principal: Envidia
Véase también: Schadenfreude

Como la avaricia, la envidia (en latín, invidia) se caracteriza por un deseo insaciable, sin embargo, difieren por dos grandes razones: Primero, la avaricia está más asociada con bienes materiales, mientras que la envidia puede ser más general; segundo, aquellos que cometen el pecado de la envidia desean algo que alguien más tiene, y que perciben que a ellos les hace falta, y por consiguiente desean el mal al prójimo, y se sienten bien con el mal ajeno.

    La envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come.
    Francisco de Quevedo

Dante Alighieri define esto como «amor por los propios bienes pervertido al deseo de privar a otros de los suyos». En el purgatorio de Dante, el castigo para los envidiosos era el de cerrar sus ojos y coserlos, porque habían recibido placer al ver a otros caer.
Soberbia

Todo es vanidad por Charles Allan Gilbert (1873-1929).
Artículo principal: Soberbia

En casi todas las listas de pecados, la soberbia (en latín, superbia) es considerado el original y más serio de los pecados capitales, y de hecho, es la principal fuente de la que derivan los otros. Es identificado como un deseo por ser más importante o atractivo que los demás, fallando en halagar a los otros.

En El paraíso perdido de John Milton, dice que este pecado es cometido por Lucifer al querer ser igual que Dios.

Genéricamente se define como la sobrevaloración del Yo respecto de otros por superar, alcanzar o superponerse a un obstáculo, situación o bien en alcanzar un estatus elevado y subvalorizar al contexto. También se puede definir la soberbia como la creencia de que todo lo que uno hace o dice es superior, y que se es capaz de superar todo lo que digan o hagan los demás. También se puede tomar la soberbia como la confianza exclusiva en las cosas vanas y vacías (vanidad) y en la opinión de uno mismo exaltada a un nivel crítico y desmesurado (prepotencia).

Soberbia (del latín superbia) y orgullo (del francés orgueil), son propiamente sinónimos aun cuando coloquialmente se les atribuye connotaciones particulares cuyos matices las diferencian. Otros sinónimos son: altivez, arrogancia, vanidad, etc. Como antónimos tenemos: humildad, modestia, sencillez, etc. El principal matiz que las distingue está en que el orgullo es disimulable, e incluso apreciado, cuando surge de causas nobles o virtudes, mientras que a la soberbia se la concreta con el deseo de ser preferido a otros, basándose en la satisfacción de la propia vanidad, del Yo o ego. Por ejemplo, una persona Soberbia jamás se "rebajaría" a pedir perdón, o ayuda, etc.

Existen muchos tipos de soberbia, como la vanagloria o cenodoxia, también denominada en las traducciones de la Biblia como vanidad, que consiste en el engreimiento de gloriarse de bienes materiales o espirituales que se poseen o creen poseer, deseando ser visto, considerado, admirado, estimado, honrado, alabado e incluso halagado por los demás hombres, cuando la consideración y la gloria que se buscan son humanas exclusivamente. La cenodoxia engendra además otros pecados, como la filargiria o amor al dinero (codicia) y la filargía o amor al poder.

viernes, 3 de octubre de 2014

La rana. Lola Soria, Manuel Lozano y Fernando Rebollo

Aquí te envío un relato sobre unas ranas muy peculiares. 
Ha sido elaborado entre Lola Soria,  Manolo Lozano y un servidor
esperamos que te guste.

Un relato que tras estas palabras comienzo a escribir, un relato que habla de un abuelo camino de las parras, camino de la tierra que cultivaba y lo que le sucedió en ese trayecto. 

Beires, otoño en Beires, sentados en la chimenea el abuelo contaba historias a los niños allí congregados. Los troncos ardían impulsados por la leña fina que el abuelo había colocado apenas cinco minutos antes. 
Maribel su nieta le había pedido que le contase alguna historia, venga, abuelo, cuenta abuelo. El abuelo se hizo de rogar un poco pero como los demás niños también insistían al final se decidió. 
"Pues veréis, una mañana iba al campo con mi azada y una talega donde llevaba la comida, pues muchos días almorzaba yo en el campo, clareaba el día, los gallos cantaban, kikirikí, kikiriki, los perros ladraban a mi paso, guau, guau, guau, pero como estaban encerrados en los corrales no podían hacerme nada. Tres cosechas perdidas, me veía sin fuerzas para cultivar, ésta casi seguro que sería la cuarta.
En las afueras del pueblo se podía observar como el sol no tardaría en salir, aunque todavía había sombras. En los árboles había un poco de rocío en sus troncos y en sus hojas, la hierba estaba mojada y mis botas se mojaban al pisarla, pues bien, cuando emprendía el camino del terreno que iba a cultivar, en un recodo del camino junto a un pequeño lago me encontré una gran rana, de color verde intenso, al mirarla empezó a croar y otras ranas vinieron hacia el lugar donde se encontraba ésta y también comenzaron a croar, jamás había visto tantas ranas juntas." 
Tu lector te preguntarás. Qué hace una rana grande, inmensa a estas alturas del relato, si el hombre iba alegre y confiado a cultivar la tierra. Qué culpa tengo yo lector, si al croar de esta vinieron otras y la orilla del camino se convirtió en una procesión de anfibios en la amanecida. Qué culpa tengo yo, qué culpa tiene el abuelo de que en un recodo del camino hubiese un pequeño lago donde las ranas se criaban grandes y hermosas, sigamos pues, que a estas alturas ya tengo curiosidad por saber lo que pasó. 
Giré la vista al camino y la rana grande dejó de croar, las demás se tornaron silenciosas emulando la conducta de su jefa. Proseguí camino hacia la tierra, la rana grande daba saltos y las demás hicieron lo mismo sobre la hierba. Me percaté de esto y de nuevo giré la cabeza para ver que pasaba, en ese momento comenzaron a croar de nuevo, salí corriendo despavorido y las ranas dando saltos y croando me perseguían. Vaya escandalera, yo estaba aterrado, tanto miedo tenía que dejé la talega y la azada en medio del camino, las ranas dejaron de croar, hicieron una gran círculo rodeando lo que se me había caído.


Proseguí camino, no me atrevía a volver al pueblo, miedo tenía que esta multitud de anfibios me persiguieran, todavía me quedaban varios recuerdos como el anterior y temía el mismo encuentro, los mismos sucesos. 
A medida que mis pasos me llevaban a la siguiente charca mis ojos se anticipaban e intentaban intuir lo que allí había, diez metros y ya estoy cerca, el camino y al lado la charca. Agua cristalina que deja ver el fondo y una diminuta rana sobre una pequeña piedra que al verme se sumergió en las aguas. Suspiré aliviado y proseguí camino. 
Tenía que pasar una pequeña corriente, salté sobre las piedras cuidando de no caerme al agua que se remansaba tras su lucha con las ruedas del molino que a escasos cien metros se encontraba. Un, dos, tres, cuatro y ya estoy al otro lado. El sol ya estaba fuera, los primeros rayos atravesaban las aguas, pequeños pececillos en bandada de un lado a otro del pequeño lago y una rana grande sobre una gran laja, de ojos vivos, inmutable ante mi presencia. Muevo un brazo para asustarla y comienza a croar, otras ranas, infinidad de ranas salían de las aguas y se colocaban en la orilla, mil, dos mil, tres mil ranas, grandes, pequeñas croando en las primeras horas día, alrededor de las piedras de paso, por todos los lugares del pequeño lago. 
Huí despavorido, subí la cuesta tras la cual se encontraba el valle en el que estaban los aceituneros, las parras, la alberca, el pozo. 
Tu.
¿yo?
Si tu, escribiente a un teclado pegado, deja al abuelo en paz ¿es que acaso no lo vas a dejar comer hoy?, ¿es que vas a llenar su tierra de anfibios, que de nuevo harán entrar en sus oídos ese ruido maravilloso en bajas cantidades e infernal en muchas?
No lo sé duende, no lo sé, no conozco aún la tierra que hay tras de la cuesta, trece líneas quedan para acabar el folio y ¡hay tantas cosas!, La tierra de Beires es tan fértil en recuerdos, historias, que no podemos más que dejarnos llevar por las aguas, por los vientos, por las ranas, por los viejos molinos. Deja duende que mientras el abuelo se sienta sobre una piedra y divisa el valle, por mis oídos suenen los cascabeles de Rosana, de esta canaria que en el domingo en el cielo a la par que los gorriones me canta lo que me quiere. "Al son de los cascabeles los domingos en el cielo....", muévete chiquilla, alegra esa cara, ese cuerpo, un, dos ... "Al son..." Ese acordeón, ay, ay,, "al son.."
La subida me había fatigado y al final de ella decidí sentarme en una piedra antes de disponerme a bajar al valle, las ranas habían agotado buena parte de las energías del desayuno. Quedé profundamente dormido, aunque el aire estaba un poco frío el sol ya comenzaba a dar en mi cuerpo, el lateral de la montaña me resguardaba de los fríos aires del Norte, ya conocéis ese lugar porque soléis pararos cuando vais a la alberca los veranos a bañaros.
Soñé que miles de ranas, grandes, pequeñas araban la tierra, eliminaban las malas hierbas dando saltos sobre ellas, sacaban agua de los arroyos, de los pozos, de las charcas y regaban las parras, los ajos, las cebollas, el perejil, asustaban con su croar a las alimañas, cuidaban los garbanzos y el trigo, nutrían sus raíces de agua, metían en ellas humus de otras tierras, abonos naturales, abrigaban las raíces de los aceituneros con hojas secas de álamos, convertían aquella tierra en el vergel que hacía cinco años fue. Cuando desperté miré el valle, miré mi tierra y la encontré más verde que nunca, emprendí carrerilla hacia allá ayudado por la bajada. El trigo había crecido, las parras comenzaban a augurar las uvas más jugosas de todos los veranos, los olivos estaban cargados de flores, de futuras aceitunas, ajos, cebollas, perejil frondoso, papas que hacían abombar la tierra de tan grandes que eran. 
Miré al cielo y pregunté que pasaba, había ocurrido un milagro, mi voz rompió el silencio de la mañana, demasiado ocupados debían estar allá arriba pues no hallé respuesta, pequeña voz la mía, para un cielo tan grande.
Me lavé la cara con agua fría del pozo, pues parecía no haberme despertado de aquel sueño, volví a mirar y era real lo que veía, la tierra sabiamente movida, toque las bolsitas de los garbanzos, auguraban una gran cosecha, el trigo estaba hermoso, muy crecido, las parras, los aceituneros, que maravilla...
Volví al pueblo rápidamente, quería contárselo a vuestra abuela, a mis amigos, retorné por el camino. Esta vez no encontré a las ranas en las charcas, el agua había desaparecido de ellas, incluso el arroyo de las piedras había menguado a pesar de seguir corriendo. La azada puesta en pie me esperaba en medio del camino, la talega junto a ella. La recogí y volví al pueblo. Nunca volví a ver a las ranas, las aguas menguaban en los arroyos, aunque no se secaron.
Las cosechas fueron llegando, los garbanzos que nos dieron años y años de pucheros, tiernos y hermosos que se deshacían en la boca, trigo que llenó el almacén, grano grande y fino, las uvas exquisitas, cebollas, patatas hermosas y grandes de las que comimos todo el pueblo, melones, sandías, orzas y orzas de aceitunas para machacar, para aceite.
Cada mañana al amanecer camino de la tierra un maravilloso sonido entra en mis oídos, miles, miles de ranas, con su croar al unísono se cuelan en mi cabeza. Ranas que cultivan la tierra mientras yo duermo. Nunca más las vi, pero sé que están ahí, cuidando de nosotros.


año 1, nº 1- agosto 2000. La voz de la cometa. 
Taller literario. Tu voz en Internet
pág 147- 151

miércoles, 1 de octubre de 2014

Manuel Lozano

PRIMERA VINDICACIÓN DE LA NIÑA NATHALIE CRANE
Por Manuel Lozano



The waste remains, the waste remains and kills.
William Empson, Missing Dates





TRES POEMAS DE NATHALIE CRANE


TRADUCCIÓN DE MANUEL LOZANO


LA NIÑA QUE ENCEGUECIÓ

En plena oscuridad,
¿quién me contesta del color de una rosa,
de los atavíos en el mes de mayo
y todas esas peregrinaciones que realiza?
En plena oscuridad, ¿quién me contestaría -en la oscuridad-
a quién importaría si el olor de las rosas
y las cosas aladas
estuvieran ahí?
En plena oscuridad, ¿quién meditaría
sobre la sugerencia de una línea,
cuando la oscuridad guarda toda belleza,
toda belleza más allá del pensamiento?
¡Oh, ceguera! Las profecías confortables
acompañan nuestros caminos,
hasta que las manos liberadas al fin
dejan caer la nómina de los días.
En plena oscuridad,
¿quién contestaría del color de una rosa?
¿Quién, de los atavíos del mes de mayo?
¿Quién, de todas las peregrinaciones que realiza?
En plena oscuridad, ¿quién contestaría -en la oscuridad-
a quién importaría
si el olor de las rosas y las cosas aladas
estuvieran ahí?





ESTA MUERTE, AUN
Me ha encontrado bajo un sicomoro o un arce, no recuerdo
sino su sombra profunda por la cara.
¿Cómo será de vieja esta costumbre,
con qué cuerpo me inclinaré sobre tu Gólgota?



UN REQUIEM
Tal vez sienta ella aquí
el aliento de los arrodillados,
dispuestos a esperar que todo tiempo pase.
Acaso ella escuche,
sintiendo de cerca a los extraños.
Acaso, Acaso, y si no es aquello,
Acaso.
Tal vez la rosa palpable pueda decirle
sin cuidar sus pétalos, junto a su mejilla,
"Tardía es la hora",
"Reposas demasiado".
Acaso, Acaso, y si no es aquello,
Acaso.
Tal vez los lirios digan a su lado:
"Despierta, de nuevo convertido,
¿No te levantas?
Ellos no están lejos".
Tal vez, tal vez. Deja ahora que sea
Quizás.


MANUEL LOZANO- PRESIDENTE
FUNDACIÓN INTERDISCIPLINARIA DE ESTUDIOS PARA EL DESARROLLO


E-mail: lozanocied@arnet.com.ar


Acaso nunca fue (y es lo más probable, estoy seguro) fotografiada por Cecil Beaton una prematura tarde de otoño en Nueva York, como Mae West o Marilyn Monroe. Quizás, remedando una tradición iniciada con Plotino, no condescendió nunca al hábito vanidoso y paródico de ser reproducida -selfconscius- en más o menos falaces retratos de la noche y del alba. Pero es incontrastable este hecho: Nathalie Crane, hasta estas dramáticas horas de fin de siglo, no gozó de los quince minutos de gloria caritativamente adjudicados por Andy Wharhol a cada ser mortal. Es como si quisiera, íntimamente, hipostasiar ese pobre destino. 1989 fue el año de mi encuentro con Nathalie Crane en una de las bibliotecas de la Universidad de Chile: sólo un nombre y dos fechas, al pasar, como una lápida funeraria, de ésas a las que nos tuvieron acostumbrados los diccionarios y las enciclopedias de la modernidad. Pero debieron pasar tres años para que me encontrase con la luminosa y definitiva escritora. 

A mediados de 1992 fui invitado especialmente por la "Maison International de la Poesie", para participar junto a trescientos cincuenta escritores de todo el mundo de sus conocidas y arduas Bienales de poesía en Liege. No sabía, no podía prever -siquiera vacilantemente- en un nuevo reencuentro con la escritora. La neblinosa ciudad de Simenon me abría las puertas. La prolija ciudad de las horcas (vi una, temerario y asombrado, junto a aparatos de precisión y viejos caleidoscopios en algunos de sus museos), la pequeña ciudad medieval me aguardaba con otros talismanes. Escribo en un texto la palabra "joya" e inevitablemente pienso en el Heliogábalo de Artaud. Los insidiosos y breves poemas de Nathalie, ajenos a cualquier ismo o escuela vanguardista de este siglo, son como esas piedras preciosas en las vestiduras del emperador, nunca concebidas como meros accesorios de la tela o renovados ornamentos que dicta la moda. 

Si, como dice Goethe, "la suprema, la única operación del arte, consiste sólo en dar forma", la forma de la joya (la forma del poema) constituyen en Nathalie Crane un principio de identidad que abre un nuevo orbe, pero que también lo clausura. Nunca creí que la edad fuese para un escritor un valor en sí o un disvalor. Podría sostener esta idea con los ejemplos antagónicos de Rimbaud y Sthendal, con el de Whitman y el de Sylvia Plath. Pero no nos termina de asombrar que Nathalie Crane, una niña de apenas ocho años, colabore regularmente con "The New York Sun"; o asistiendo a los diez años al nacimiento de su primer libro, "The Janitor´s Boy"; o verla publicando sus relatos en las revistas más diversas, durante su permanencia en el Jersey College; o dando a conocer su presagioso "Lava Lane", apenas cumplido los doce; o "El Cuervo que Canta", al año siguiente, junto a "The Sunken Garden"; o la trilogía "Invisible Venus", de 1928. No esbozaré la falaz y para mí siempre repugnante hipótesis del niño prodigio. En todo caso, es su obra la que debe mostrarnos las claves, algún señuelo. Pero ¿por qué el silencio de la niña Nathalie Crane, a partir de 1929? Escribo el sustantivo silencio ya que no he hallado, hasta el momento, obras posteriores a esa fecha. 

El silencio ha sido un tema demasiado caro a la literatura. ¿Y por qué no tener derecho a él, como un acto deliberadamente luminoso? Georges Bataille se permite este análisis: "¿Qué es el silencio? Ante todo, retirarse dentro de sí mismo, la absorción interior. Diríase que la carne entra en un estado de catalepsia, mientras que los nervios (o más bien lo sensible, lo vivo propiamente) revisten la superficie de ese retiro, lo envuelven en una pantalla de espera. El cuerpo paralizado es en ese momento como el crisol del alquimista: puede ser el lugar de la transmutación; puede igualmente no dar más que plomo." No es el caso de Crane la de una eremita buscando la Thebaida en el desierto, luego de sumergirse insaciable por el mundo. Pero lo certero es la honda dramatización producida luego de ese corte abrupto al silencio, en donde no fueron ni siquiera posibles el latido o el murmullo. 

En la literatura argentina hemos tenido dos ejemplos arquetípicos, en momentos disímiles: Enrique Banchs (omitiendo algunos lapsus verbae) y la iridiscente Alejandra Pizarnik. Y luego, esa hermosa línea de Poe, repetida tantas veces por Borges: "Silence, which is the merest word of all". Aventurada a regiones que jamás sospechamos, a zonas que estamos sospechando, la vidente Nathalie Crane me sigue esperando desde su ¿involuntario? eclipse. Es una niña que canta. Es una niña que llora, que advierte. Una arúspice desentrañando poesía de la poesía. ¿Habrá dicho at the just point, a la manera de Keats, "siento crecer las flores sobre mí"? ¿Quién sino ella misma pudo haber escrito a los dieciséis años su autobiografía, que como toda autobiografía tiene el sabor amargo de las despedidas anunciadas, incompletas? El libro se titula "Una Extraña desde el Paraíso".