lunes, 11 de marzo de 2002

La Caleta. Ricardo Arratia

       El corcho rebotó en le techo, en una explosión de espuma. La observé tras los ventanales; parecía divisar el mar y su estruendo, la vi dibujarse con un vestido de gasa, un vestido agitado por una pequeña brisa nocturna; en un instante recordé la llegada a la Caleta, la sentí apoyada en mi hombro; el calor de su rostro traspasaba mi ropa, mientras yo observaba cómo el mar me saludó a través de los árboles. El bus nos dejó a unos 500 metros de la playa. ¿Cuántas veces me había recibido la Caleta de igual forma? ¿Cuántas veces observé esas casas que me parecían maquetas desvencijadas amarradas a  los cerros? ¿Cuántas veces, una iglesia pequeña y hermosa, me hizo la venia de bienvenida, cómo diciéndome: 'No puedes dejarme, esta es tu magia'?  Cuándo salí al balcón, la encontré ensimismada y el mar me impactó con su sonido profundo. Miré al cielo y cirrus de nubes algodonadas, eran pintadas en diferentes matices por la argentada luna. El mar es el espejo del universo y en el se bañaba la luna entre una resaca sempiterna.  Sentí el calor de su cuerpo al enlazarla en un abrazo particularmente dulce y cariñoso. Ella tembló cuando sintió mi cuerpo detrás, mis manos acariciaban su vientre, sobre el vestido y sentí sus glúteos endurecidos en mi sexo abultado y anhelante. Besé su cuello, y le recité a sus oídos un te amo verdadero y cariñoso. '¡Qué hermosa está la noche, amor', me dijo en un  suspiro trémulo. Guardamos silencio, dejamos que la conversación de ese abrazo maravilloso, nos transportase a innumerables sensaciones y deseos, dejamos que nuestros cuerpos se reconocieran a través de nuestras ropas, que nuestros suspiros se enamoraran en la ternura de ese nocturnal de mar y gaviotas dormidas.  A través de los cristales del Roty Shop, vimos algunos anacrónicos hipíes mostrando artesanía. Los botes de la Caleta, descansaban en bostezo de redes húmedas. Algunos pescadores pululaban en la arena, en cotilleos de una pesca abundante, mientras observé sus ojos; eran grandes, oscuros y dulces, tenía una mirada cautivadora y mágica. Terminé de llenar con Fanta su copa de cerveza, mientras la mesera traía unas empanadas de camarones. Observé como sus ojos se encendían ante la delicia del queso derretido en su boca, del placer de comer esos camarones junto al queso y sus labios húmedos me parecieron excitantes y ofrecidos. Sentí un secreto deseo, el deseo de tener su lengua saboreando en mi boca, cerré mis ojos por un instante...  Un estruendo de oleaje apuró nuestros deseos. Mis manos se deslizaron bajo el vestido; por primera vez sentí la suavidad de sus piernas, una poesía táctil me embargó. La noche se llevó un secreto quejido de sus hermosos labios. Se dio vuelta y sus ojos nocturnos e iluminados me observaron. Mis dedos se enredaron en sus cabellos y la besé suave y dulce, con pequeños  mordiscos, acariciando sus encías con mi lengua, besando su labio inferior cómo el superior; dándole a beber de mi lengua o succionando la suya. Mis manos palparon sus senos y sentí la dureza de sus pezones, estaban deliciosamente erectos, en actitud de entrega, como si estuviesen ofrecidos para beber la leche de su esencia perpetua. Volví a deslizar mis manos bajo el vestido suave de gasa y mis manos se deslizaron por sus piernas hasta su  pantaleta interior, se la bajé un poco para palpar sus glúteos duros y suaves. El murmullo de su respiración se entrecortó en mis oídos mientras sus labios besaban los lóbulos de mis orejas, me estremecí al sentir sus caderas ígneas y mi mano recorrió su pubis, entre los bellos pubianos sentí su hendidura húmeda y mi dedo anular se introdujo en su vagina y mientras la besaba con pasión y fuerza mi dedo empezó a jugar con su punto G. La sentí  como una carnosidad de nervios y el oleaje de su deseo creció en intensidad.  Sentí una delicada mano en mi enorme pene, primero por sobre mi short, para luego sentir como el botón se liberaba y su mano lo tomaba caliente y grueso.  Un sendero agreste nos llevó a la playa secreta. 'Es hermosa', me dijo con sus ojos extasiados y comenzamos a descender por unos escalones desvencijados, socavados al cerro. Entre la vegetación aparecía una arena blanca y hermosa. Era la playa de mis sueños, era la playa de la magia y el amor, era la playa que un día tuvo Federico Clode, un magnate millonario y  bohemio, que junto a sus criados negros y bien formados hizo numerosas orgías y libaciones. La playa de los artistas y de los invertidos. Antes, ella había observado la casa del hippy Peters, un belga que se vino a vivir a la Caleta de los ensueños. La Caleta del mago y de la iglesia de los milagros, en donde la Virgen lloró en su estatua lágrimas de sangre.


Entramos a la habitación en un baile de amor y deseo. Ante mi camisa abierta, mi pecho velludo y tostado era azotado por la resaca de sus besos. No supe como su vestido de deshojó y cayó sobre la alfombra, junto a su brazier. Sus pechos estaban erguidos y sus pezones se ofrecían como dos higos maduros. Su desnudez se me hizo hermosa y candente. Con sus piernas desnudas, ella acariciaba mi sexo; ella trataba de introducir en su sexo mi pene con el anhelo de una diosa; tomé la champaña y rodamos por la alfombra peluda y fina. Comenzó el ritual, un ritual mágico de champaña y lamidos, en cada seno cayó una gota y con mi lengua recogía su contenido en sus pezones, en el nacimiento de sus senos, en su estómago, en u vientre; luego en sus muslos, la champaña corría y yo apuraba con mi lengua el no desperdicio. Los lamí con dulzura, su rodilla o detrás de ellas, fui dibujando sus pantorrillas, besé el talón de cada pie, sus dedos, los puse en mis labios, los chupé, lamí la juntura de sus dedos, uno por uno; los introducía en mi boca o los dibujaba con mi lengua, cada poro fue acariciado, cada oleje de ternura concluía con una caricia de mis labios, hasta volver a su sexo, hasta beber champaña en sus labios vaginales, hasta reconocer cada pliegue de su íntima esencia; mi lengua se introducía en su interior o palpaba su clítorix, erecto como un pequeño pene que se arrastraba en mis papilas gustativas.


La arena era suave y diferente a la que había en la Caleta, era una playa privada y hermosa, nos bañamos en el mar con ropa como unos locos quinceañeros, en cada momento veíamos nuestros cuerpos dibujarse a través de la ropa mojada. Las gaviotas entonaron diferentes cantos, diferentes melodías de noches y sueños pasados, por un instante creí reconocer que la había tenido siempre, en muchas vidas, en muchos sucesos impredecibles, que en noches eternas había agonizado en sus brazos o en amaneceres, juntos habíamos destruido cada óbice, cada estigma que nos pudiera separar o desunir. Fue la rememoración de cada suceso ancestral, un vagar por siglos y espacios distintos...


Sentí la dulzura de su espalda y con besos lengua y mordisco recorrí su espina dorsal, mientras mi pene se retorcía en sus nalgas hermosas. Ella ahora lo buscaba, lo tomaba entre sus manos, sentía sus venas, su textura delicada y suprema y comenzó a lamerlo, a enredar su lengua en el prepucio, comenzó a sentir la suavidad del glande en sus labios, a besarlo y darle pequeños mordiscos de placer, a tratar de introducirlo hasta su garganta como esperando mi leche vital. En instantes lo rodeaba y lo lamía como a un tallo de carne y deseo y bajó con sus besos hasta la raíz y sintió los testículos en su boca, los lamió, los besó, palpó con su lengua la textura, el nacimiento del pene, el surco perianal, entre el pene y el ano; el deseo creció sempiterno e ígneo, como un surtidor de anhelos reprimidos e inconclusos, como si el éxtasis fuese la consumación y la espera del alma; comencé a besarla mientras nuestros cuerpos se juntaron, se amoldaron y mi pene rozó sus labios vaginales y sintió la humedad tibia y ofrecida; la penetración fue suave y lenta, como si mi pene supiera besar y lamer; con mis manos tomé sus glúteos y mi dedo penetró en su ano, mientras la cadencia de cada movimiento hacía surgir nuevas sensaciones y deseos, vi su rostro encendido, vi sus ojos cerrar y abrir a cada deseo, vi su lengua lamer sus labios, escuché cada quejido como una música venida desde el universo. Ella estaba en su cuarto, las perfumadas sábanas cubrían su cuerpo desnudo; no sabía cuando había despertado el deseo por primera vez, pero nunca había estado con un hombre, y ahora deseaba su príncipe azul; sus senos se habían desarrollado, la infancia quedaba atrás y esa noche de primavera, acostada en su desnudez, anheló aquel que la hiciese mujer; se sentía atractiva y una mano recorrió sus senos, por vez primera sintió sus pezones erectos. Los acarició y sintió surgir un secreto placer, recorrió su cuerpo, sintió los bellos pubianos en sus manos, la hendidura casta, virgen y de esa hendidura  nacía un efluvio de humedad; comenzó a acariciarse lentamente al canto de cada sensación nueva. Hundió su dedo en su vagina casta y esta reaccionó apretándolo en pausadas contracciones; podía sentir su respiración entrecortada, podía sentir la erección de su clítoris, mientras su cuerpo se retorcía en deseos no satisfechos, en deseos inexplorados. Una mano jugaba con sus senos la otra con su clítoris, para luego chupar sus jugos íntimos y  con saliva continuar el ritual de la primera vez...  Tomé mi pene con mis manos y comencé a girarlo en su interior, comencé a hacer sentir su intimidad en todos los sitios internos. Puse sus piernas en mis hombros y mi pene llegó hasta tocar su útero, toda su vagina era estrecha no pudo más, gritaba de placer y deseo, el orgasmo le vino violento y en espasmos y mientras continuaba con mis movimientos ella se retorcía, su vagina se contraía en espasmos. Todo continuó, la subí arriba mío, en una  cabalgata increíble, mi glande golpeaba su punto G y le sobrevino un segundo espasmo, una cresta de orgasmos inacabables, por sus mejillas corrían lágrimas de deseo y placer. Fue entonces cuando me pidió besarlo, me pidió besar mi pene, se desmontó y lo tomó entre sus manos y comenzó a besarlo, a introducirlo y sacarlo de su boca, de lamerlo mientras mis deseos aumentaban con locura, continuó desesperada en su ritual de deseo y pene en su boca, un espasmo que me nació desde el cóccix, me recorrió entero y la leche se derramó en su boca, en su lengua, en la comisura de sus labios; bajó por su garganta, por su interior y llegó hasta su vientre, hasta las entrañas de su niñez, hasta el recuerdo espasmoso de su primera masturbación, hasta las entrañas e su primer orgasmo.


  LA CALETA. RICARDO ARRATIA.
para la sección erótica de lavozdelacometa.org, 11 de marzo de 2002